El Uru Revista Nº 37 | Page 24

con ocho comunidades más, para la construcción de sus viviendas, talleres de herrería, cestería, veterinaria, guardería y muchos emprendimientos más, entre ellos, la cooperativa de clasificadores. Pronto la obra trascendería su barrio para ayudar a organizar comunidades de todos los alrededores. El Padre Cacho fue muy querido en toda la zona y adquirió gran potpularidad, lograda con toda justicia por su lucha en favor de la gente más allá de su religiosidad. Víctima del cáncer, sus últimos meses los vivió en el Hogar Sacerdotal, dedicado a expresar sus vivencias en escritos, pinturas y charlas con amigos. Murió el 4 de setiembre de 1992 y sus restos fueron transportados en un carrito de clasificadores de desechos hasta el Cementerio del Norte, ante el dolor de todo su pueblo que le dio su último adiós. 10 años después de su muerte, la urna con sus restos fue llevada en procesión por los clasificadores de residuos, por distintos barrios pobres de Montevideo hasta su parroquia de Posso- lo. El parlamento uruguayo le rindió homenaje unos días después. “Decímelo a mí que soy de un barrio que marginan diariamente con la excusa de que somos mala gentes, ignorantes, mal vivientes y mendigos. Soy del Borro” “Decímelo a mí que soy del Borro y no me cabe el susto y mi anhelo es ver un país más justo solidario y de iguales ocasiones, Decímelo a mí, sí, Decímelo a mí, sí, Decímelo a mí “ (Los ocho de Momo) Aníbal Benítez Agosto 2016 RECUERDOS DE PLAYA PASCUAL El ómnibus frenó, a la cinco y media de la mañana, algunos metros después de la rotonda, sobre la nueva ruta uno. Todavía no había amanecido, pero la zona estaba muy iluminada y me encaminé hacia la avenida Rio de la Plata. Me detuve un momento para echar un vistazo a mi alrededor, yo conocía muy bien el lugar pero me puse a pensar lo cambiado que estaba Pag 24 todo, cuán diferente a cuando llegué por primera vez, hace ya unos... ¿Cuántos años? muchos. Pese a la hora y a ser un sábado se notaba cierto movimiento de gente que salía para, seguramente, concurrir a sus respectivas ocupaciones. Un par de ómnibus estaban saliendo rumbo al centro, sobre la avenida se veían ne- gocios de todo tipo casi uno al lado del otro, incluida una casa de cambios. Repentinamente me acordé de mi viejo y me dije... Playa Pascual ¡ay! ¡si te viera papá!. Mi viejo era un enamorado de la Playa, se deslumbró con ella casi desde la primera vez que vino. Resulta que allá por la década del 50, mi abuela materna, no tuvo mejor idea que comprar unos terrenos en el incipiente balneario, para compartir con toda la prole. Eran doce hijos con sus respectivas familias, que levantaron un rancho de madera, a una cuadra de la playa. La idea era que cada uno avisara cuando iba a concurrir, se le facilitaba la llave y así nos iríamos turnando para “disfrutar” un fin de semana de aire, playa y sol. Al principio la demanda era mucha, pero con el correr del tiempo esto se fue decantando y casi los únicos que solicitábamos la llave éramos nosotros. Claro había algunos contratiempos para llegar a nuestra “casa de veraneo”. Para empezar, había que llevar muchos “bultos” ya que aparte de la ropa había que cargar todo lo que se iba a consumir pues en la zona no existía ni un mísero kiosco, donde comprar algo. Además como no teníamos vehículo, el viaje se transformaba en una verdadera aventura. Casi siempre me tocaba a mi ir, en la semana, a buscar la llave del “Rancho” a la casa de la abuela. El sábado había que madrugar, para viajar al centro, a la agencia de la Cita, tomar el micro que iba a San José y bajarnos en el km. 32, 5 justo en la entrada principal a Playa Pascual, la Avenida Rio de la Plata. Desde ahí teníamos que patear hasta el fondo, que era como un kilómetro, doblar una cuadra y media hasta nuestro solar. A esa altura estábamos tan cansados que ya nos queríamos volver. El paisaje era fascinante, al costado del camino sólo se veían montes con grandes médanos de arena y enormes árboles, principalmente eucaliptos, tan juntos y tan altos que si caminabas entre ellos al levantar la vista no podías divisar el cielo. La soledad y el silencio era casi sobrenatural, sólo se oía la voz de la naturaleza, un panorama sobrecogedor. Prácticamente no se veían casas, sólo cuatro o cinco, muy sofisticadas. Sobre la izquierda a pocas cuadras de la ruta estaba una edificación que posteriormente se convirtió en un famoso “parador” denominado “Las Brujas” que con el tiempo fue adquiriendo gran notoriedad aunque no era visitado por familias, precisamente. Como a mitad de camino una mansión señorial, bien al fondo del solar, muy grande y con hermosos jardines q