con ocho comunidades más, para la construcción de sus viviendas, talleres de herrería, cestería, veterinaria, guardería y muchos
emprendimientos más, entre ellos, la cooperativa de clasificadores.
Pronto la obra trascendería su barrio para
ayudar a organizar comunidades de todos
los alrededores. El Padre Cacho fue muy
querido en toda la zona y adquirió gran
potpularidad, lograda con toda justicia
por su lucha en favor de la gente más allá
de su religiosidad.
Víctima del cáncer, sus últimos meses los
vivió en el Hogar Sacerdotal, dedicado a expresar sus vivencias en escritos, pinturas y
charlas con amigos. Murió el 4 de setiembre de 1992 y sus restos fueron transportados en un carrito de clasificadores de
desechos hasta el Cementerio del Norte,
ante el dolor de todo su pueblo que le dio
su último adiós. 10 años después de su
muerte, la urna con sus restos fue llevada en procesión por los clasificadores de
residuos, por distintos barrios pobres de
Montevideo hasta su parroquia de Posso-
lo. El parlamento uruguayo le rindió homenaje unos días después.
“Decímelo a mí
que soy de un barrio
que marginan diariamente
con la excusa de que
somos mala gentes,
ignorantes, mal vivientes
y mendigos.
Soy del Borro”
“Decímelo a mí
que soy del Borro
y no me cabe el susto
y mi anhelo es ver un país
más justo solidario
y de iguales ocasiones,
Decímelo a mí, sí,
Decímelo a mí, sí,
Decímelo a mí “
(Los ocho de Momo)
Aníbal Benítez
Agosto 2016
RECUERDOS DE PLAYA PASCUAL
El ómnibus frenó, a la cinco y media de la
mañana, algunos metros después de la rotonda, sobre la nueva ruta uno. Todavía no había
amanecido, pero la zona estaba muy iluminada
y me encaminé hacia la avenida Rio de la Plata.
Me detuve un momento para echar un vistazo
a mi alrededor, yo conocía muy bien el lugar
pero me puse a pensar lo cambiado que estaba
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todo, cuán diferente a cuando llegué por primera vez, hace ya unos... ¿Cuántos años? muchos.
Pese a la hora y a ser un sábado se notaba
cierto movimiento de gente que salía para, seguramente, concurrir a sus respectivas ocupaciones. Un par de ómnibus estaban saliendo
rumbo al centro, sobre la avenida se veían ne-
gocios de todo tipo casi uno al lado del otro,
incluida una casa de cambios. Repentinamente
me acordé de mi viejo y me dije... Playa Pascual
¡ay! ¡si te viera papá!. Mi viejo era un enamorado de la Playa, se deslumbró con ella casi desde
la primera vez que vino.
Resulta que allá por la década del 50, mi
abuela materna, no tuvo mejor idea que comprar unos terrenos en el incipiente balneario,
para compartir con toda la prole. Eran doce
hijos con sus respectivas familias, que levantaron un rancho de madera, a una cuadra de la
playa. La idea era que cada uno avisara cuando
iba a concurrir, se le facilitaba la llave y así
nos iríamos turnando para “disfrutar” un fin de
semana de aire, playa y sol. Al principio la demanda era mucha, pero con el correr del tiempo
esto se fue decantando y casi los únicos que solicitábamos la llave éramos nosotros. Claro había algunos contratiempos para llegar a nuestra
“casa de veraneo”.
Para empezar, había que llevar muchos “bultos” ya que aparte de la ropa había que cargar
todo lo que se iba a consumir pues en la zona
no existía ni un mísero kiosco, donde comprar
algo. Además como no teníamos vehículo, el
viaje se transformaba en una verdadera aventura. Casi siempre me tocaba a mi ir, en la semana, a buscar la llave del “Rancho” a la casa de
la abuela. El sábado había que madrugar, para
viajar al centro, a la agencia de la Cita, tomar
el micro que iba a San José y bajarnos en el
km. 32, 5 justo en la entrada principal a Playa
Pascual, la Avenida Rio de la Plata. Desde ahí
teníamos que patear hasta el fondo, que era
como un kilómetro, doblar una cuadra y media
hasta nuestro solar. A esa altura estábamos
tan cansados que ya nos queríamos volver.
El paisaje era fascinante, al costado del camino sólo se veían montes con grandes médanos
de arena y enormes árboles, principalmente eucaliptos, tan juntos y tan altos que si caminabas
entre ellos al levantar la vista no podías divisar
el cielo. La soledad y el silencio era casi sobrenatural, sólo se oía la voz de la naturaleza, un
panorama sobrecogedor. Prácticamente no se
veían casas, sólo cuatro o cinco, muy sofisticadas.
Sobre la izquierda a pocas cuadras de la ruta
estaba una edificación que posteriormente se
convirtió en un famoso “parador” denominado
“Las Brujas” que con el tiempo fue adquiriendo
gran notoriedad aunque no era visitado por familias, precisamente. Como a mitad de camino
una mansión señorial, bien al fondo del solar,
muy grande y con hermosos jardines q