UN CUENTO BREVE
GUSTO POR LOS LIBROS
Quiero dar testimonio de alguien que fue ejemplo de amor hacia esos
maravillosos fajos de papel, tinta y un poco de pegamento que son los libros.
¡Cómo olvidarla...! Ya desde pequeña se pasaba horas y horas en las estanterías de
aquella biblioteca municipal a la que yo solía concurrir en mis ratos libres. Silenciosa, su
presencia más que verse se intuía. Claro, por ese entonces su atención estaba centrada
en una colección ilustrada de librillos antiguos de páginas amarillas y crujientes. Con el
paso del tiempo empezó a interesarse por algunos ejemplares un poco más voluminosos,
los que le llevaban bastante tiempo terminar; de todos modos, era una criaturita
incansable: devoraba tomo tras tomo con el afán que sabiamente le inculcaron sus
progenitores, sin hacer distinción entre Quevedo y Benedetti o Cervantes y María Elena
Walsh. Ella era así...hasta que no acababa con un libro no había quien la hiciese desistir
de su labor. ¿Cómo calcular las miles de páginas que recorrió, la infinidad de obras que
degustó esta gourmet de la escritura? Creo no equivocarme al afirmar que los libros
eran su fuerza interior, la razón sin la cual su existencia hubiese carecido de sentido.
La llegada de una nueva bibliotecóloga determinó su final con la adquisición de un
potente aerosol mata polillas. La vieja biblioteca ya no será lo mismo sin ella,
no caben dudas.
Manuel E. Rovira
Pag 34