El Túnel
Ernesto Sábato
XV
En los días que precedieron a la llegada de su carta, mi pensamiento era como un explorador
perdido en un paisaje neblinoso: acá y allá, con gran esfuerzo, lograba vislumbrar vagas siluetas de
hombres y cosas, indecisos perfiles de peligros y abismos. La llegada de la carta fue como la salida
del sol.
Pero este sol era un sol negro, un sol nocturno. No sé si se puede decir esto, pero aunque no
soy escritor y aunque no estoy seguro de mi precisión, no retiraría la palabra nocturno; esta palabra
era, quizá, la más apropiada para María, entre todas las que forman nuestro imperfecto lenguaje.
Esta es la carta que me envió:
He pasado tres días extraños: el mar, la playa, los caminos me fueron trayendo recuerdos de
otros tiempos. No sólo imágenes: también voces, gritos y largos silencios de otros días. Es curioso,
pero vivir consiste en construir futuros recuerdos; ahora mismo, aquí frente al mar, sé que estay
preparando recuerdos minuciosos, que alguna vez me traerán la melancolía y la desesperanza.
El mar está ahí, permanente y rabioso. Mi llanto de entonces, inútil; también inútiles mis
esperas en la playa solitaria, mirando tenazmente al mar. ¿Has adivinado y pintado este recuerdo mío
o has pintado el recuerdo de muchos seres como vos y yo?
Pero ahora tu figura se interpone: estás entre el mar y yo. Mis ojos encuentran tus ojos. Estás
quieto y un poco desconsolado, me miras como pidiendo ayuda.
MARÍA
¡Cuánto la comprendía y qué maravillosos sentimientos crecieron en mí con esta carta! Hasta
el hecho de tutearme de pronto me dio una certeza de que María era mía. Y solamente mía: "estás
entre el mar y yo"; allí no existía otro, estábamos solos nosotros dos, como lo intuí desde el momento
en que ella miró la escena de la ventana. En verdad ¿cómo podía no tutearme si nos conocíamos
desde siempre, desde mil años atrás? Si cuando ella se detuvo frente a mi cuadro y miró aquella
pequeña escena sin oír ni ver la multitud que nos rodeaba, ya era como si nos hubiésemos tuteado y
en seguida supe cómo era y quién era, cómo yo la necesitaba y cómo, también, yo le era necesario.
¡Ah, y sin embargo te maté! ¡ Y he sido yo quien te ha matado, yo, que veía como a través de
un muro de vidrio, sin poder tocarlo, tu rostro mudo y ansioso! ¡Yo, tan estúpido, tan ciego, tan
egoísta, tan cruel!
Basta de efusiones. Dije que relataría esta historia en forma escueta y así lo haré.
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