EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 92

Allí, sentado, estaba el jefe, desnudo hasta la cintura y con la cara pintada de rojo y blanco. Ante él, sentados en semicírculo, estaban los miembros de la tribu. Wilfred, recién azotado y libre de ataduras, gemía ruidosamente al fondo. Roger se sentó con los demás. - Mañana - continuó el Jefe - iremos otra vez a cazar. Señaló con la lanza a unos cuantos salvajes. - Algunos os tenéis que quedar aquí para arreglar bien la cueva y defender la entrada. Yo me iré con unos cuantos cazadores para traer carne. Los centinelas tienen que cuidar que los otros no se metan aquí a escondidas... Uno de los salvajes levantó la mano y el Jefe volvió hacia él un rostro rígido y pintado. - ¿Por qué iban a querer entrar a escondidas, Jefe? El Jefe habló con seriedad, pero sin precisar: - Porque sí. Intentarán estropear todo lo que hagamos. Así que los centinelas tienen que andar con cuidado. Y otra cosa... El Jefe se detuvo. La lengua asomó a sus labios como una lagartija rosada y desapareció bruscamente. -...y otra cosa; puede que la fiera intente entrar. Ya os acordáis cómo vino arrastrándose... El semicírculo de muchachos asintió con estremecimientos y murmullos. - Vino... disfrazado. Y a lo mejor vuelve otra vez, aunque le dejemos la cabeza de nuestra caza para su comida. Así que hay que estar atentos y tener cuidado. Stanley levantó el brazo que tenía apoyado contra la roca y alzó un dedo inquisitivo. - ¿Sí? - ¿Pero es que no la..., no la...? Se turbó y miró al suelo. - ¡No! En el silencio que sucedió, cada uno de los salvajes intentó huir de sus propios recuerdos. - ¡No! ¿Cómo íbamos a poder... matarla... nosotros? Con alivio por lo que aquello implicaba, pero asustados por los terrores que les guardaba el futuro, los salvajes murmuraron de nuevo entre sí. - Así que no os acerquéis a la montaña - dijo el Jefe en tono serio -, y dejadle la cabeza de la presa siempre que cacéis algo. Sidney volvió a levantar un dedo. - Yo creo que la fiera se disfrazó. - Quizá - dijo el Jefe. Se enfrentaban con una especulación teológica -. De todos modos, lo mejor será estar a buenas con ella. Puede ser capaz de cualquier cosa. La tribu meditó aquellas palabras y todos se agitaron como si les hubiese azotado una ráfaga de viento. El Jefe, al darse cuenta del efecto que habían causado sus palabras, se levantó bruscamente. - Pero mañana iremos de caza y cuando tengamos carne habrá un banquete... Bill levantó la mano. - Jefe. - ¿Sí? - ¿Con qué vamos a encender el fuego? La arcilla blanca y roja escondió el sonrojo del jefe. Ante su vacilante silencio, la tribu dejó escapar un nuevo murmullo. El Jefe alzó la mano. - Les quitaremos fuego a los otros. Escuchad. Mañana iremos de caza y traeremos carne. Pero esta noche yo iré con dos cazadores... ¿Quién viene conmigo? Maurice y Roger levantaron los brazos. - Maurice... - ¿Sí, Jefe? - ¿Dónde tenían la hoguera? - Donde antes, junto a la roca. El Jefe asintió con la cabeza.