Allí, sentado, estaba el jefe, desnudo hasta la cintura y con la cara pintada de rojo y
blanco. Ante él, sentados en semicírculo, estaban los miembros de la tribu. Wilfred, recién
azotado y libre de ataduras, gemía ruidosamente al fondo. Roger se sentó con los demás.
- Mañana - continuó el Jefe - iremos otra vez a cazar.
Señaló con la lanza a unos cuantos salvajes.
- Algunos os tenéis que quedar aquí para arreglar bien la cueva y defender la entrada.
Yo me iré con unos cuantos cazadores para traer carne. Los centinelas tienen que cuidar
que los otros no se metan aquí a escondidas...
Uno de los salvajes levantó la mano y el Jefe volvió hacia él un rostro rígido y pintado.
- ¿Por qué iban a querer entrar a escondidas, Jefe? El Jefe habló con seriedad, pero
sin precisar:
- Porque sí. Intentarán estropear todo lo que hagamos. Así que los centinelas tienen
que andar con cuidado. Y otra cosa...
El Jefe se detuvo. La lengua asomó a sus labios como una lagartija rosada y
desapareció bruscamente.
-...y otra cosa; puede que la fiera intente entrar. Ya os acordáis cómo vino
arrastrándose...
El semicírculo de muchachos asintió con estremecimientos y murmullos.
- Vino... disfrazado. Y a lo mejor vuelve otra vez, aunque le dejemos la cabeza de
nuestra caza para su comida. Así que hay que estar atentos y tener cuidado.
Stanley levantó el brazo que tenía apoyado contra la roca y alzó un dedo inquisitivo.
- ¿Sí?
- ¿Pero es que no la..., no la...? Se turbó y miró al suelo.
- ¡No!
En el silencio que sucedió, cada uno de los salvajes intentó huir de sus propios
recuerdos.
- ¡No! ¿Cómo íbamos a poder... matarla... nosotros? Con alivio por lo que aquello
implicaba, pero asustados por los terrores que les guardaba el futuro, los salvajes
murmuraron de nuevo entre sí.
- Así que no os acerquéis a la montaña - dijo el Jefe en tono serio -, y dejadle la cabeza
de la presa siempre que cacéis algo.
Sidney volvió a levantar un dedo.
- Yo creo que la fiera se disfrazó.
- Quizá - dijo el Jefe. Se enfrentaban con una especulación teológica -. De todos
modos, lo mejor será estar a buenas con ella. Puede ser capaz de cualquier cosa.
La tribu meditó aquellas palabras y todos se agitaron como si les hubiese azotado una
ráfaga de viento. El Jefe, al darse cuenta del efecto que habían causado sus palabras, se
levantó bruscamente.
- Pero mañana iremos de caza y cuando tengamos carne habrá un banquete... Bill
levantó la mano.
- Jefe.
- ¿Sí?
- ¿Con qué vamos a encender el fuego?
La arcilla blanca y roja escondió el sonrojo del jefe. Ante su vacilante silencio, la tribu
dejó escapar un nuevo murmullo. El Jefe alzó la mano.
- Les quitaremos fuego a los otros. Escuchad. Mañana iremos de caza y traeremos
carne. Pero esta noche yo iré con dos cazadores... ¿Quién viene conmigo?
Maurice y Roger levantaron los brazos.
- Maurice...
- ¿Sí, Jefe?
- ¿Dónde tenían la hoguera?
- Donde antes, junto a la roca. El Jefe asintió con la cabeza.