- Aquí tienes.
Se sobresaltó. A su lado se encontraban Piggy y los mellizos con las manos cargadas
de fruta.
- Pensé que no sería mala idea - dijo Piggy - tener un festín o algo por el estilo.
Los tres muchachos se sentaron. Habían traído gran cantidad de fruta, toda ella
madura. Cuando Ralph empezó a comer le sonrieron.
- Gracias - dijo. Después, acentuando la agradable sorpresa, repitió:
- ¡Gracias!
- Nos las arreglaremos muy bien por nuestra cuenta - dijo Piggy -. Los que crean
problemas en esta isla son ellos, que no tienen ni pizca de sentido común. Haremos una
hoguera pequeña, que arda bien...
Ralph recordó lo que le había estado preocupando.
- ¿Dónde está Simón?
- No sé.
- No se habrá ido a la montaña, ¿verdad?
Piggy prorrumpió en estrepitosa risa y tomó más fruta.
- A lo mejor - se tragó el bocado -. Está como una cabra.
Simón había atravesado la zona de los frutales, pero aquel día los pequeños andaban
demasiado ocupados con la hoguera de la playa para correr tras él. Continuó su camino
entre las lianas hasta alcanzar la gran estera tejida junto al claro y, a gatas, penetró en
ella.
Al otro lado de la pantalla de hojas, el sol vertía sus rayos y en el centro del espacio
libre las mariposas seguían su interminable danza. Se arrodilló y le alcanzaron las flechas
del sol. La vez anterior el aire parecía simplemente vibrar de calor; pero ahora le
amenazaba. No tardó en caerle el sudor por su larga melena lacia. Se movió de un lado a
otro, pero no había manera de evitar el sol. Al rato sintió sed; después una sed enorme.
Permaneció sentado.
En la playa, en una parte alejada, Jack se encontraba frente a un pequeño grupo de
muchachos. Parecía radiante de felicidad.
- A cazar - dijo. Examinó a todos detenidamente. Portaban los restos andrajosos de
una gorra negra, y, en tiempo lejanísimo, aquellos muchachos habían formado en dos
filas ceremoniosas para entonar con sus voces el canto de los ángeles.
- Nos dedicaremos a cazar y yo seré el jefe. Asintieron, y la crisis pasó
imperceptiblemente.
- Y ahora... en cuanto a esa fiera... Se agitaron; todas las miradas se volvieron hacia el
bosque.
- Os voy a decir una cosa. No vamos a hacer caso de esa fiera.
Les dirigió un ademán afirmativo con la cabeza:
- Nos vamos a olvidar de la fiera.
- ¡Eso es!
- ¡Eso!
- ¡Vamos a olvidarla!
Si Jack sintió asombro ante aquel fervor, no lo demostró.
- Y otra cosa. Aquí ya no tendremos tantas pesadillas. Estamos casi al final de la isla.
Desde lo más profundo de sus atormentados espíritus, asintieron apasionadamente.
- Y ahora, escuchad. Podemos acercarnos luego al peñón del castillo, pero ahora voy a
apartar de la caracola y de todas esas historias a otro de los mayores. Luego mataremos
un cerdo y podremos darnos una comilona.
Hizo un silencio y después continuó con voz más pausada:
- Y en cuanto a la fiera, cuando matemos algo le dejaremos un trozo a ella. Así a lo
mejor no nos molesta. Bruscamente se puso en pie.
- Ahora, al bosque, a cazar.