- Pensaba en la falta de luz. Vamos a tener que andar a tropezones.
- ^ - Habíamos quedado en ir a buscar la fiera...
- No habrá bastante luz.
- A mí no me importa seguir - dijo Jack acalorado -. Cuando lleguemos allí la buscaré.
¿Y tú? ¿Prefieres volver a los refugios para hablar con Piggy?
Ahora le tocaba a Ralph enrojecer, pero habló en tono desalentado, con la nueva
lucidez que Piggy le había dado.
- ¿Por qué me odias?
Los muchachos se agitaron incómodos, como si se hubiese pronunciado una palabra
indecente. El silencio se alargó.
Ralph, excitado y dolorido aún, fue el primero en emprender el camino.
- Vamos.
Se puso a la cabeza y decidió que sería él mismo quien, por derecho propio, abriría
paso entre las trepadoras. Jack, desplazado y de mal talante, cerraba la marcha.
La trocha de jabalíes era un túnel oscuro, pues el sol se iba deslizando rápidamente
hacia el borde del mundo y en el bosque siempre acechaban las sombras. Era un sendero
ancho y trillado, y pudieron correr por él a un trote ligero. Al poco rato se abrió el techo de
hojas y todos se detuvieron, con la respiración entrecortada, a contemplar las pocas
estrellas que despuntaban a un lado de la cima de la montaña.
- Ahí está.
Los muchachos se miraron vacilantes. Ralph tomó una decisión:
- Iremos derechos a la plataforma y ya subiremos mañana.
Murmuraron en asentimiento; pero Jack estaba junto a él, casi rozándole el hombro.
- Claro, si tienes miedo... Ralph se enfrentó con él.
- ¿Quién fue el primero que llegó hasta la roca del castillo?
- Yo también fui. Y, además, era de día.
- Muy bien, ¿quién quiere subir a la montaña ahora? La única respuesta fue el silencio.
- Samyeric, ¿vosotros qué pensáis?
- Deberíamos ir a decírselo a Piggy...
-...sí, a decirle a Piggy que...
- ¡Pero si ya fue Simón!
- Deberíamos decírselo a Piggy... por si acaso...
- ¿Robert? ¿Bill?
Todos se dirigían ya a la plataforma. Claro que no era por miedo, sino por cansancio.
Ralph se volvió de nuevo a Jack.
- ¿Lo ves?
- Yo voy a subir a la montaña.
Las palabras salieron de Jack envenenadas, como una maldición. Miró a Ralph, su
cuerpo delgado tenso, la lanza agarrada como amenazándole.
- Voy a subir a la montaña para buscar a la fiera... ahora mismo.
Después, la puya suprema, la palabra sencilla y retadora:
- ¿Vienes?
Al oír aquella palabra, los otros muchachos olvidaron sus ansias de alejarse y
regresaron a saborear un nuevo roce de dos temperamentos en la oscuridad. La palabra
era demasiado acertada, demasiado cortante, demasiado retadora para pronunciarse de
nuevo. Le cogió a Ralph de sorpresa, cuando sus nervios se habían calmado ante la
perspectiva de regresar al refugio y a las aguas tranquilas y familiares de la laguna.
- Como quieras.
Asombrado, escuchó su propia voz, que salía tranquila y natural, de modo que el duro
reto de Jack cayó deshecho.
- Si de verdad no te importa, claro.
- Claro que si tienes miedo... Ralph se enfrentó con él.