Sí, todos querían ser rescatados, no había que dudarlo, y con un violento giro en favor
de Ralph pasó la crisis. Piggy expulsó el aliento con un ahogo; luego quiso aspirar aire y
no pudo. Se apoyó contra un tronco, abierta la boca, mientras unas sombras azules
circundaban sus labios. Nadie le hizo caso.
- Piensa ahora, Jack. ¿Queda algún lugar en la isla que no hayas visto?
Jack contestó de mala gana:
- Sólo... ¡pues claro! ¿No te acuerdas? El rabo donde acaba la isla, donde se
amontonan las rocas. He estado cerca. Las piedras forman un puente. Sólo se puede
llegar por un camino.
- Quizá viva ahí la fiera.
Toda la asamblea hablaba a la vez.
- ¡Bueno! De acuerdo. Allí es donde buscaremos. Si la fiera no está allí subiremos a
buscarla a la montaña, y a encender la hoguera.
- Vamonos...
- Primero tenemos que comer. Luego iremos - Ralph calló un momento -. Será mejor
que llevemos las lanzas.
Después de comer, Ralph y los mayores se pusieron en camino a lo largo de la playa.
Dejaron a Piggy sentado en la plataforma. El día prometía ser, como todos los demás, un
baño de sol bajo una cúpula azul. Frente a ellos, la playa se alargaba en una suave curva
que la perspectiva acababa uniendo a la línea del bosque; porque era aún demasiado
pronto para que el día se viera enturbiado por los cambiantes velos del espejismo. Bajo la
dirección de Ralph siguieron prudentemente por la terraza de palmeras para evitar la
arena ardiente junto al agua. Dejó que Jack guiase, y Jack caminaba con teatral cautela,
aunque habrían divisado a cualquier enemigo a veinte metros de distancia. Ralph iba
detrás, contento de eludir la responsabilidad por un rato.
Simón, que caminaba delante de Ralph, sintió un brote de incredulidad: una fiera que
arañaba con sus garras, que estaba allá sentada en la cima de la montaña, que nunca
dejaba huellas y, sin embargo, no era lo bastante rápida como para atrapar a Sam y Eric.
De cualquier modo que Simon imaginase a la fiera, siempre se alzaba ante su mirada
interior como la imagen de un hombre, heroico y doliente a la vez.
Suspiró. Para otros resultaba fácil levantarse y hablar ante una asamblea, al parecer,
sin sentir esa terrible presión de la personalidad; podían decir lo que tenían que decir
como si hablasen ante una sola persona. Se echó a un lado y miró hacia atrás. Ralph
venía con su lanza al hombro. Tímidamente, Simón retardó el paso hasta encontrarse
junto a Ralph. Le miró a través de su lacio pelo negro, que ahora le caía hasta los ojos.
Ralph miró de soslayo; sonrió ligeramente, como si hubiese olvidado que Simón se había
puesto en ridículo, y volvió la mirada al vacío. Simón, por unos momentos, sintió la alegría
de ser aceptado y dejó de pensar en sí mismo. Cuando tropezó contra un árbol, Ralph
miró a otro lado con impaciencia y Robert no disimuló su risa. Simón se sintió vacilar y
una mancha blanca que había aparecido en su frente enrojeció y empezó a sangrar.
Ralph se olvidó de Simón para volver a su propio infierno. Tarde o temprano llegarían al
castillo y el jefe tendría que ponerse a la cabeza. Vio a Jack retroceder hacia él con paso
ligero.
- Estamos ya a la vista.
- Bueno, nos acercaremos lo más que podamos.
Siguió a Jack hacia el castillo, donde el terreno se elevaba ligeramente. Cerraba el lado
izquierdo una maraña impenetrable de trepadoras y árboles.
- ¿No podría haber algo ahí dentro?
- Ya lo ves. No hay nada que entre ni salga por ahí.
- Bueno, ¿y en el castillo?
- Mira.