EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 54

- Tenemos que cuidar del fuego, ¿es que no se dan cuenta? Ahora tienes que ponerte duro. Oblígales a hacer lo que les mandas. Ralph respondió con el indeciso tono de quien está aprendiéndose un teorema. - Si toco la caracola y no vuelven, entonces sí que se acabó todo. Ya no habrá hoguera. Seremos igual que los animales. No nos rescatarán jamás. - Si no llamas vamos a ser como animales de todos modos, y muy pronto. No puedo ver lo que hacen, pero les oigo. Las dispersas figuras se habían reunido de nuevo en la arena y formaban una masa compacta y negra en continuo movimiento. Canturreaban algo, pero los pequeños, cansados ya, se iban alejando con pasos torpes y llorando a viva voz. Ralph se llevó la caracola a los labios, pero en seguida bajó el brazo. - Lo malo es que... ¿Existen los fantasmas, Piggy? ¿O los monstruos? - Pues claro que no. - ¿Por qué estás tan seguro? - Porque si no las cosas no tendrían sentido. Las casas, y las calles, y... la tele..., nada de eso funcionaría. Los muchachos se habían alejado bailando y cantando, y las palabras de su cántico se perdían con ellos en la lejanía. - ¡Pero suponte que no tengan sentido! ¡Que no tengan sentido aquí en la isla! ¡Suponte que hay cosas que nos están viendo y que esperan! Ralph, sacudido por un temblor, se arrimó a Piggy y ambos se sobresaltaron al sentir el roce de sus cuerpos. - ¡Deja de hablar así! Ya tenemos bastantes problemas, Ralph, y ya no aguanto más. Si hay fantasmas... - Debería renunciar a ser jefe. Tú escúchales. - ¡No, Ralph! ¡Por favor! Piggy apretó el brazo de Ralph. - Si Jack fuese jefe no haríamos otra cosa que cazar, y no habría hoguera. Tendríamos que quedarnos aquí hasta la muerte. Su voz se elevó en un chillido. - ¿Quién está ahí sentado? - Yo, Simón. - Pues vaya un grupo que hacemos - dijo Ralph -. Tres ratones ciegos. Voy a renunciar. - Si renuncias - dijo Piggy en un aterrado murmullo -, ¿qué me va a pasar a mí? - Nada. - Me odia. No sé por qué; pero si se le deja hacer lo que quiere... A ti no te pasaría nada, te tiene respeto. Además, tú podrías defenderte. - Tú tampoco te quedaste corto hace un momento en esa pelea. - Yo tenía la caracola - dijo Piggy sencillamente -. Tenía derecho a hablar. Simón se agitó en la oscuridad. - Sigue de jefe. - ¡Cállate, Simón! ¿Por qué no fuiste capaz de decirles que no había ningún monstruo? - Le tengo miedo - dijo Piggy - y por eso le conozco. Si tienes miedo de alguien le odias, pero no puedes dejar de pensar en él. Te engañas diciéndote que de verdad no es tan malo, pero luego, cuando vuelves a verle... es como el asma, no te deja respirar. Te voy a decir una cosa. A tí también te odia, Ralph. - ¿A mí? ¿Por qué a mí? - No lo sé. Le regañaste por lo de la hoguera; además, tú eres jefe y él no. - ¡Pero él es... él es Jack Merridew! - Me he pasado tanto tiempo en la cama que he podido pensar algo. Conozco a la gente. Y me conozco. Y a él también. A ti no te puede hacer daño, pero si te echas a un lado, le hará daño al que tienes más cerca. Y ese soy yo. - Piggy tiene razón, Ralph. Estáis tú y Jack. Tienes que seguir siendo jefe.