EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 52

- No lo sé - dijo Simón. Los latidos del corazón le ahogaban -. Pero... Estalló la tormenta. - ¡Siéntate! - ¡Cállate la boca! - ¡Coge la caracola! - ¡Que te den por...! - ¡Cállate! Ralph gritó: - ¡Escuchadle! ¡Tiene la caracola! - Lo que quiero decir es que... a lo mejor somos nosotros. - ¡Narices! Era Piggy, a quien el asombro le había hecho olvidarse de todo decoro. Simón prosiguió: - Puede que seamos algo... A pesar de su esfuerzo por expresar la debilidad fundamental de la humanidad, Simón no encontraba palabras. De pronto, se sintió inspirado. - ¿Cuál es la cosa más sucia que hay? Como respuesta, Jack dejó caer en el turbado silencio que siguió una palabra tan vulgar como expresiva. La sensación de alivio que todos sintieron fue como un paroxismo. Los pequeños, que se habían vuelto a sentar en el columpio, se cayeron de nuevo, sin importarles. Los cazadores gritaban divertidos. El vano esfuerzo de Simón se desplomó sobre él en ruinas; las risas le herían como golpes crueles y, acobardado e indefenso, regresó a su asiento. Por fin reinó de nuevo el silencio. Alguien habló fuera de turno. - A lo mejor quiere decir que es algún fantasma. Ralph alzó la caracola y escudriñó en la penumbra..El lugar más alumbrado era la pálida playa. ¿Estarían los peques con ellos? Sí, no había duda, se habían acurrucado en el centro, sobre la hierba, formando un apretado nudo de cuerpos. Una ráfaga de aire sacudió las palmeras, cuyo murmullo se agigantó ahora en la oscuridad y el silencio. Dos troncos grises rozaron uno contra otro, con un agorero crujido que nadie había percibido durante el día. Piggy le quitó la caracola. Su voz parecía indignada. - ¡Nunca he creído en fantasmas..., nunca! También Jack se había levantado, absolutamente furioso. - ¿Qué nos importa lo que tú creas? ¡Gordo! - ¡Tengo la caracola! Se oyó el ruido de una breve escaramuza y la caracola cruzó de un lado a otro. - ¡Devuélveme la caracola! Ralph se interpuso y recibió un golpe en el pecho. Logró recuperar la caracola, sin saber cómo, y se sentó sin aliento. - Ya hemos hablado bastante de fantasmas. Debíamos haber dejado todo esto para la mañana. Una voz apagada y anónima le interrumpió. - A lo mejor la fiera es eso..., un fantasma. La asamblea se sintió como sacudida por un fuerte viento. - Estáis hablando todos fuera de turno - dijo Ralph -, y no se puede tener una asamblea como es debido si no se guardan las reglas. Calló una vez más. Su cuidadoso programa para aquella asamblea se había venido a tierra. - ¿Qué puedo deciros? Hice mal en convocar una asamblea a estas horas. Pero podemos votar sobre eso; sobre los fantasmas, quiero decir. Y después nos vamos todos