EL SEÑOR DE LAS MOSCAS | Page 24

- ¡Mis gafas! - chilló Piggy -. ¡Dame mis gafas! Ralph se apartó de la pila y puso las gafas en las manos de Piggy, que buscaba a tientas. Su voz bajó hasta no ser más que un murmullo. - Sólo cosas borrosas, nada más. Casi no veo ni mis manos... Los muchachos bailaban. La madera estaba tan podrida y ahora tan seca que las ramas enteras, como yesca, se entregaban a las impetuosas llamas amarillas; una gran barba roja, de más de cinco metros, surgió en el aire El calor que despedía la hoguera sacudía a varios metrot como un golpe, y la brisa era un río de chispas. Los troncos se deshacían en polvo blanco. Ralph gritó: - ¡Más leña! ¡Todos por más leña! Era una carrera del tiempo contra el fuego, y los muchachos se esparcieron por la selva alta. El objetivo inmediato era mantener en la montaña una bandera de pura llama ondeante y nadie había pensado en otra cosa. Incluso los más pequeños, a no ser que se sintiesen reclamados por los frutales, traían trocitos de leña que arrojaban al fuego. El aire se movía más ligero y pasó a convertirse en un viento suave, y así sotavento y barlovento se hallaban bien diferenciados. El aire era fresco en un lado, pero en el otro el fuego alargaba un colérico brazo de calor que rizaba inmediatamente el pelo. Los muchachos, al sentir el viento de la tarde en sus rostros empapados, se pararon a disfrutar del fresco y advirtieron entonces que estaban agotados. Se tumbaron en las sombras escondidas entre las despedazadas rocas. La barba flamígera disminuyó rápidamente; la pila se desplomó con un ruido suave de cenizas, y lanzó al aire un gran árbol de chispas que se dobló hacia un costado y se alejó en el viento. Los chicos permanecieron tumbados, jadeando como perros. Ralph levantó la cabeza, que había descansado en los brazos. - No ha servido para nada. Roger escupió con tino a la arena caliente. - ¿Qué quieres decir? - Que no había humo, sólo llamas. Piggy se había instalado en el ángulo de dos piedras, y estaba allí sentado con la caracola sobre las rodillas. - Hemos hecho una hoguera para nada - dijo - • No se puede sostener ardiendo un fuego así, por mucho que hagamos. - Pues sí que tú has hecho mucho - dijo Jack con desprecio -. Te quedaste ahí sentado. - Hemos usado sus gafas - dijo Simón manchándose de negro una mejilla con el antebrazo -. Nos ayudó así. - ¡La caracola la tengo yo - dijo Piggy indignado -, déjame hablar a mí! - La caracola no vale en la cumbre de la montaña - dijo Jack -, así que cierra la boca. - Tengo la caracola en la mano. - Hay que echar ramas verdes - dijo Maurice -. Esa es la mejor manera de hacer humo. - Tengo la caracola... - ¡Tú te callas! Piggy se acobardó. Ralph le quitó la caracola y se dirigió al círculo de muchachos. - Tiene que formarse un grupo especial que cuide del fuego. Cualquier día puede llegar un barco - dirigió la mano hacia la tensa cuerda del horizonte -, y si tenemos puesta una señal vendrán y nos sacarán de aquí. Y otra cosa. Necesitamos más reglas. Donde esté la caracola, hay una reunión. Igual aquí que abajo. Dieron todos su asentimiento. Piggy abrió la boca para hablar, se fijó en los ojos de Jack y volvió a cerrarla. Jack tendió los brazos hacia la caracola y se puso en pie, sosteniendo con cuidado el delicado objeto en sus manos llenas de hollín. - Estoy de acuerdo con Ralph. Necesitamos más reglas y hay que obedecerlas. Después de todo, no somos salvajes. Somos ingleses, y los ingleses somos siempre los mejores en todo. Así que tenemos que hacer lo que es debido.