Se iban; volvían a la torre de rocas. Pudo oír el ruido de sus pisadas y después a
alguien que reía en voz baja. De nuevo, aquel grito estridente parecido al de un pájaro
volvía a recorrer toda la línea. De modo que permanecían algunos para vigilarle; pero...
Siguió un largo y angustioso silencio. Ralph se dio cuenta de que a fuerza de
mordisquear la lanza se había llenado de corteza la boca. Se puso en pie y miró hacia el
Peñón del Castillo.
En ese mismo instante oyó la voz de Jack desde la cima.
- ¡Empujad! ¡Empujad! ¡Empujad!
La rojiza roca que había visto en la cima del acantilado desapareció como un telón, y
pudo divisar unas cuantas figuras y el cielo azul. Segundos después, retumbaba la tierra;
un rugido sacudió el aire y una mano gigantesca pareció abofetear las copas de los
árboles. La roca, tronando y arrasando cuanto encontraba, rebotó hacia la playa mientras
caía sobre Ralph un chaparrón de hojas y ramas tronchadas. Detrás del matorral se oían
los vítores de la tribu.
De nuevo, el silencio.
Ralph se llevó los dedos a la boca y los mordisqueó. Sólo quedaba otra roca allá arriba
que pudieran arrojar pero tenía el tamaño de media casa; eran tan grande como un
coche, como un tanque. Con angustiosa claridad se presentó en la mente el curso que
tomaría la roca: empezaría despacio, botaría de borde en borde y rodaría sobre el istmo
como una apisonadora descomunal.
- ¡Empujad! ¡Empujad! ¡Empujad!
Ralph soltó la lanza para volver a cogerla en seguida. Se echó el pelo hacia atrás con
irritación, dio dos pasos rápidos dentro del pequeño espacio donde se hallaba y
retrocedió. Se quedó observando las puntas quebradas de las ramas.
Todo seguía en silencio.
Notó el subir y bajar de su pecho y se sorprendió al comprobar la violencia de su
respiración; los latidos de su corazón se hicieron visibles. De nuevo soltó la lanza.
- ¡Empujad! ¡Empujad! ¡Empujad!
Oyó vítores fuertes y prolongados. Algo retumbó sobre la rojiza roca; después la tierra
empezó a temblar incesantemente mientras aumentaba el ruido hasta ser ensordecedor.
Ralph fue lanzado al aire, arrojado y abatido contra las ramas. A su derecha, tan sólo a
unos cuantos metros de donde él cayó, los árboles del matorral se doblaron y sus raíces
chirriaron al desprenderse de la tierra. Vio algo rojo que giraba lentamente, como una
rueda de molino. Después, aquella cosa rojiza pasó por delante con saltos enormes que
fueron cediendo al acercarse al mar.
Ralph se arrodilló sobre la revuelta tierra y aguardó a que todo recobrase su
normalidad. A los pocos minutos, los troncos blancos y partidos, los palos rotos y el
destrozado matorral volvieron a aparecer con precisión ante sus ojos. Sentía agobio en el
pecho, allí donde su propio pulso se había hecho casi visible.
Silencio de nuevo.
Pero no del todo. Oyó murmullos afuera; inesperadamente, las ramas a su derecha se
agitaron violentamente en dos lugares. Apareció la punta afilada de un palo. Ralph,
invadido por el pánico, atravesó con su lanza el resquicio abierto, impulsándola con todas
sus fuerzas.
- ¡Ayyy!
Giró la lanza ligeramente y después volvió a atraerla hacia sí.
- ¡Uyyy!
Alguien se quejaba al otro lado, al mismo tiempo que se elevaba un aleteo de voces.
Se había entablado una violenta discusión mientras el salvaje herido seguía
lamentándose. Cuando por fin volvió a hacerse el silencio, se oyó una sola voz y Ralph
decidió que no era la de Jack.
- ¿Ves? ¿No te lo dije? Es peligroso.