- Vosotros dos. Echaos hacia atrás.
Nadie le respondió. Los mellizos, asombrados, se miraron uno al otro, mientras Piggy,
tranquilizado por el cese de la violencia, se levantaba con precaución. Jack miró a Ralph y
después a los mellizos.
- ¡Cogedles!
Nadie se movió. Jack gritó enfurecido:
- ¡He dicho que les cojáis!
El grupo enmascarado se movió nerviosamente y rodeó a Samyeric. De nuevo corrió la
cristalina risa.
Las protestas de Samyeric brotaron del corazón del mundo civilizado.
- ¡Por favor!
- ¡...en serio!
Les quitaron las lanzas.
- ¡Atadles!
Ralph gritó, consternado, a la negra y verde máscara:
- ¡Jack!
- Vamos, atadles.
El grupo de enmascarados sintió por vez primera la realidad física ajena de Samyeric, y
el poder que ahora tenían. Excitados y en confusión derribaron a los mellizos. Jack estaba
inspirado. Sabía que Ralph intentaría rescatarles. Giró en un círculo sibilante la lanza y
Ralph tuvo el tiempo justo para esquivar el golpe. Detrás de ellos, la tribu y los mellizos
eran un montón agitado y ruidoso. Piggy se agazapó de nuevo. Momentos después, los
mellizos estaban en el suelo, atónitos, rodeados por la tribu. Jack se volvió hacia Ralph y
le dijo entre dientes:
- ¿Ves? Hacen lo que yo les ordeno.
De nuevo se hizo el silencio. Los mellizos se hallaban en el suelo, atados burdamente,
y la tribu observaba a Ralph, en espera de su reacción.
Les contó a través de su melena y lanzó una mirada al estéril humo. Su cólera estalló.
Gritó a Jack:
- ¡Eres una bestia, un cerdo y un maldito... un maldito ladrón!
Se abalanzó.
Jack comprendió que era el momento crítico e hizo lo mismo. Chocaron uno contra el
otro y el propio choque los separó. Jack lanzó un puñetazo a Ralph que le llegó a la oreja.
Ralph alcanzó a Jack en el estómago y le hizo gemir. De nuevo quedaron cara a cara,
jadeantes y furiosos, pero sin impresionarse por la ferocidad del contrario. Advirtieron el
ruido que servía de fondo a la pelea, los vítores agudos y constantes de la tribu a sus
espaldas.
La voz de Piggy llegó hasta Ralph.
- Deja que yo hable.
Estaba de pie, en medio del polvo desencadenado por la lucha, y cuando la tribu
advirtió su intención los vítores se transformaron en un prolongado abucheo.
Piggy alzó la caracola; el abucheo cedió un poco para surgir después con más fuerza.
- ¡Tengo la caracola! Volvió a gritar:
- ¡Os digo que tengo la caracola!
Sorprendentemente, se hizo el silencio esta vez; la tribu sentía curiosidad por oír las
divertidas cosas que diría.
Silencio y pausa; pero en el silencio, un extraño ruido, como de aire silbante, se produjo
cerca de la cabeza de Ralph. Le prestó atención a medias, pero volvió a oírse. Era un
ligero «zup». Alguien arrojaba piedras; era Roger, que aún tenía una mano sobre la
palanca. A sus pies, Ralph no era más que un montón de pelos y Piggy un saco de grasa.
- Esto es lo que quiero deciros, que os estáis comportando como una pandilla de críos.