El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 55
¨El Misterio de Belicena Villca¨
cerrados y a nadie comunicaba Su Señal de Muerte. Pero, no obstante tal convicción, muchos
quedaban helados de espanto frente al Antiguo Rostro Revelado y no eran menos los que
huían al punto o morían allí mismo de terror. Es que el meñir original había sido plantado en
ese sitio por los semidioses Atlantes blancos miles de años antes, pero, en los días de la
alianza con los lidios, no existía nadie sobre la Tierra capaz de emular aquella hazaña de
trasladar a miles de kilómetros de distancia una gigantesca piedra, y depositarla en el centro
de un espeso bosque de fresnos, sin talar árboles para ello: se comprende, pues, que los
peregrinos recibiesen la inmediata impresión de que aquel busto terrible era obra de los
Dioses. Pero no sólo el meñir era obra de los Dioses, puesto que la conformación del Rostro
procedía de esa notable capacidad para degradar lo Divino que exhibían los lidios;
astutamente, los tartesios se cuidaron siempre muy bien de informar sobre el origen de la
inquietante escultura.
Quien lograba reponerse de la impresión inicial, y reparaba en los detalles del insólito
Rostro, tenía que apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado, más tarde o más
temprano, por el pánico. Recuerde, Dr., que, para sus adoradores, lo que tenían enfrente no
era una mera representación de piedra inerte sino la Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se
manifestaba en el Rostro y el Rostro participaba de Ella. Y era aquel Rostro hierático lo que
quitaba el aliento. Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de
abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de facciones
bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra, por la forma de los
rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca; en siguiente orden, cabría reconocer en
el semblante general una belleza arquetípica indogermánica o directamente aria: Ovalo de la
Cara rectangular; Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los
Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban por la
expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y proporcionada;
Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca, con el labio inferior más grueso
y algo más saliente que el superior, era quizá la nota más hermosa: estaba levemente abierta
y curvada en una Sonrisa apenas esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.
Naturalmente, quien careciese del poder de abstracción necesario, no advertiría ninguno
de los caracteres señalados. Por el contrario, sin dudas toda su atención sería absorbida de
entrada por el Cabello de la Diosa; y esa observación primera seguramente neutralizaría el
juicio estético anterior: al contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa
presentaba aquel Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había
en Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente habituados
al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su Cabellera se componía de
dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta longitud, caían a ambos lados de la Cara y
otras dos, mucho más pequeñas, se erizaban sobre la frente.
Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura de los Ojos,
dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón; emergiendo de un nivel anterior
de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y situaban sus cabezas entre las anteriores. Y
cada Serpiente, al separarse de las restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos
curvas contrapuestas, como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el
ataque mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también
evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al admirar de Frente el Rostro de la
Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho cabezas de Serpiente de Su
Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas hacia adelante, acompañando con sus ojos la
Mirada sin Ojos de la Diosa; y todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas,
exponiendo los mortales colmillos y las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que
aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles adoradores.
Lógicamente, tal composición tenía un significado esotérico que sólo los Hierofantes e
Iniciados conocían, aunque, eventualmente, disponían de una explicación exotérica aceptable.
En éste último caso notificaban al viajero, que a veces podía ser un Rey aliado o un embajador
importante al que no se le podía negar de plano el conocimiento, que las dieciocho serpientes
representaban a las letras del alfabeto tartesio, el que pretendían haber recibido de la Diosa.
Durante el ritual, afirmaban, los Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa recitar
el alfabeto sagrado. La Verdad esotérica que había atrás de todo esto era que las dieciocho
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