El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 53
¨El Misterio de Belicena Villca¨
de la Diosa y, tras de ella, al Manzano de Tharsis. Trabajaron dos Maestros escultores en la
talla, uno para esculpir el Rostro y otro las guedejas serpentinas, en tanto que tres ayudantes
se ocupaban de practicar el hueco de la nuca, conectado con los Ojos de la Diosa. La obra no
estuvo lista antes de cinco años pues, aún cuando las herramientas de hierro de los lidios
permitieron adelantar mucho de entrada, la terminación pulida que pretendían les demandó
largos años de trabajo: en verdad, los tartesios continuarían puliendo durante décadas la
Cabeza de Pyrena, hasta dotarla de un impresionante realismo.
La necesidad que sentían los lidios de contemplar una manifestación figurativa de la Diosa
era propia de la Época: los pueblos del Pacto Cultural experimentaban entonces una
generalizada caída en el exoterismo del Culto, que los llevaba a adorar los Aspectos más
formales y aparentes de la Deidad. Los pueblos presentían que los Dioses se retiraban desde
adentro, pero sólo podían retenerlos desde afuera: por eso se aferraban con desesperación a
los Cuerpos y a los Rostros Divinos, y a cualquier forma natural que los representase. Siendo
así, no debe sorprender el intenso fervor religioso despertado en los pueblos, y la
extraordinaria difusión geográfica, que produjo el Culto del Fuego Frío luego de la
transformación del meñir. Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la Promesa de la
Diosa, hombres pertenecientes a mil pueblos diferentes peregrinaban hasta el “Bosque
Sagrado de Tartéside” para asistir al Ritual del Fuego Frío: entre otros, acudían los iberos y
ligures desde todos los rincones de la península, y los brillantes pelasgos desde Etruria, y los
corpulentos bereberes de Libia, y los silenciosos espartanos de Laconia, y los tatuados pictos
de Albión, etc. Y todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí,
porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos sus
adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un Dios, de elevarlo al
Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los raros Elegidos que Ella aceptaba
debían pasar previamente por la Prueba del Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su
Mirada Mortal; y esta experiencia generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De
acuerdo con lo que sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la fascinación
por Ella, muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los comprobadamente
renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que caían; y muchos, la mayoría,
jamás se levantaban; pero algunos sí lo hacían: y esa remota posibilidad era más que
suficiente para que los adoradores de la Diosa decidiesen arriesgarlo todo. Los que se
despertasen de la Muerte serían quienes verdaderamente habían entregado sus corazones al
Fuego Frío de la Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos: por Su
Gracia, al revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y hueso sino un Hombre de
Piedra Inmortal, un Hijo de la Muerte. Estos títulos al principio constituyeron un enigma para
los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la Reforma del Fuego Frío en el
Antiguo Culto a Belisana, pues afirmaban haberlos recibido por inspiración mística
directamente de la Diosa, aunque suponían que se refería a una condición superior del
hombre, cercana a los Dioses o a los Grandes Antepasados. Mas luego, cuando entre los
mismos Señores de Tharsis hubo Hombres de Piedra, la respuesta se hizo súbitamente clara.
Pero ocurrió que esa respuesta no era apta para el hombre dormido, ni tampoco para los
Elegidos que con más fervor adoraban a la Diosa: los Hombres de Piedra callarían este
secreto, del que sólo hablarían entre ellos, y formarían un Colegio de Hierofantes tartesio para
preservarlo. A partir de allí, serían los Hierofantes tartesios, es decir, mis antepasados
trasmutados por el Fuego Frío, los que controlarían la marcha del Culto.
Octavo Día
En la Época en que no se celebraba el Ritual del Fuego Frío, los Hierofantes tartesios
permitían a los peregrinos llegar hasta el claro del Bosque Sagrado y contemplar la colosal
efigie de Pyrena; allí podrían depositar sus ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a
afrontar la Muerte de la Prueba del Fuego Frío o si preferían regresar a la ilusoria realidad de
sus vidas comunes. Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues Sus Ojos estaban
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