El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 398

¨El Misterio de Belicena Villca¨ –Perdón Herr Profesor. He sabido que Ud. selecciona personal para una importante misión en el Asia y, si bien no sé gran cosa de ella, deseo que se considere la posibilidad de incluirme. Es decir, me ofrezco voluntariamente. – ¿Ud. Von Sübermann? –Me miraba aguzando la vista, con una expresión cínica–. ¿Y para qué desea Ud. ir al Asia Von Sübermann? –Creo que no me ha comprendido Herr Profesor. Yo deseo ser útil a la patria y ésta es una forma de demostrarlo. Tal vez mis conocimientos de las costumbres y lenguas de Medio Oriente, puedan servir en su misión. O mi licencia de piloto. O las lenguas del Lejano Oriente. Tengo voluntad de servir y por eso me ofrezco –dije con convicción. El gesto, en un principio sardónico, en la cara del Profesor, se estaba tornando agresivo y en sus ojos se traslucía un brillo de ira. Yo tampoco las tenía todas conmigo y ya sentía hervir la sangre en las venas. Al fin de cuentas, en ese 1937, yo tenía 19 años y el orgulloso Profesor, no más de 25 ó 26, es decir, edades en las que conviene medir las palabras y los gestos... –Von Sübermann –dijo con violencia– debo agradecer su buena voluntad, pero Ud. es la última persona que Yo llevaría al Asia ¿me entendió? –No, Herr Profesor –contesté, pues realmente no comprendía el motivo por el cual el Profesor Schaeffer me odiaba hasta llegar al extremo de no poder disimularlo. – ¿No entiende Von Sübermann? –comenzó a gritar en forma descontrolada–. Pues bien, se lo diré con todas las letras. Ud. es una persona siniestra, portadora de una marca infamante. Su presencia es una afrenta en cualquier ámbito espiritual, una afrenta a Dios, que en su infinita misericordia le permite vivir entre los hombres. Debería ser marginado, apartado de nosotros o, mejor, exterminado como una rata, porque Ud., Von Sübermann, contamina de pecado todo cuanto le rodea, Ud.... –continuaba Ernst Schaeffer con sus insultos, totalmente fuera de sí y Yo, que en un primer momento había quedado asombrado al oír una alusión al Signo, estaba reaccionando rápidamente. Sin pensarlo, disparé el puño derecho a la cara del Profesor, dándole de pleno en el mentón. El golpe fue bastante fuerte, pues lo envió trastabillando varios metros más allá, sobre los pupitres del aula. Los seis estudiantes, alertados por los gritos de Schaeffer, concurrieron apresuradamente en su socorro y, mientras cuatro de ellos lo ayudaban a levantarse, otros dos me sujetaban para evitar que volviese a pegarle. Estaba envuelto en furia pues la agresión del Profesor, me había herido en lo más profundo. Yo era inocente; nada sabía de Marcas ni Signos; estudiaba con mis esfuerzos puestos en buscar el bien de la patria y eso era sin ninguna duda un fin noble. No entendía el odio del Profesor Schaeffer ni su deseo de que me “exterminaran como una rata”. –Sin duda está loco –pensaba mientras era arrastrado hasta la puerta por los alumnos escogidos de Ernst Schaeffer. – ¡Llévenselo! ¡Quítenlo de mi vista! –Gritaba completamente fuera de sí–. ¡Es un mentiroso y un homicida! ¡Dice no entender pero en el fondo de su corazón todo lo sabe, porque él es la imagen de Lúcifer tentador! ¡Su propósito es destruir nuestra misión con su presencia maldita...! Minutos después todavía sonaban en mis oídos, las absurdas acusaciones de Ernst Schaeffer: Homicida, mentiroso, marca infamante, Lúcifer... ¿Dios, qué es esto? – ¿Estás bien Kurt? –Uno de los “elegidos” me sacudía por los hombros, tratando de hacerme reaccionar. Lo miré, cegado aún por la furia y el desconcierto que la actitud del Profesor me había provocado, y recién lo reconocí. Era Oskar Feil, un buen camarada originario de Vilna, Letonia. Ambos trabamos amistad en los primeros años del NAPOLA, cuando por nuestro carácter de “extranjeros” éramos objeto de la burla de nuestros camaradas alemanes. –Kurt, tranquilízate –dijo Oskar–. Debo volver al aula, pero tengo que hablar contigo. Espérame en el gimnasio dentro de media hora. Lo miré alejarse y sacudí la cabeza tratando de despejarme de esa pesadilla. No sabía que Oskar formaba parte del grupo seleccionado por Ernst Schaeffer ni sospechaba sobre qué quería hablar, pero lo esperaría pues él era uno de los pocos amigos que tenía en Lissa. Sin 398