El Misterio de Belicena Villca El Misterio de Belicena Villca Edición 2017 | Page 38
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Dioses y a éstos irritaba que el hombre invadiese sus dominios: el hombre no debía saber sino
conocer y perfeccionar lo conocido, hasta que, en un límite de excelencia de la cosa, ésta
condujese al conocimiento de otra cosa a la que también habría que mejorar, multiplicando de
esta manera la cantidad y calidad de los objetos culturales, y evolucionando hacia formas cada
vez más complejas de Cultura y Civilización. Gracias a los Sacerdotes, pues, que condenaban
la herejía de la Sabiduría pero aprobaban con entusiasmo la aplicación del conocimiento en la
producción de objetos que hiciesen más placentera la vida del hombre, las civilizaciones de
costumbres refinadas y lujos exquisitos contrastaban notablemente con el modo de vida
austero de los pueblos del Pacto de Sangre.
Al principio esa diferencia, que era lógica, no causó ningún efecto en los pueblos del
Pacto de Sangre, siempre desconfiados de cuanto pudiese debilitar su modo de vida guerrero:
una caída se produciría, profetizaban los Guerreros Sabios, si permitían que las Culturas
extranjeras contaminasen sus costumbres. Esta certeza les permitió resistir durante muchos
siglos, mientras en el mundo crecían y se extendían las civilizaciones del Pacto Cultural. No
obstante, con el correr de los siglos, y por numerosos y variados motivos, los pueblos del
Pacto de Sangre acabaron por sucumbir culturalmente frente a los pueblos del Pacto Cultural.
Sin entrar en detalles, se puede considerar que dos fueron las causas principales de ese
resultado. Por parte de los pueblos del Pacto de Sangre, una especie de fatiga colectiva que
enervó la voluntad guerrera: algo así como el sopor que por momentos suele invadir a los
centinelas durante una larga jornada de vigilancia; esa fatiga, ese sopor, esa debilidad volitiva,
los fue dejando inermes frente al Enemigo. Por parte de los pueblos del Pacto Cultural, una
diabólica Estrategia, lucubrada y pergeñada por los Sacerdotes, basada en la explotación de
la Fatiga de Guerra mediante la tentación de la ilusión: así, se tentó a los pueblos del Pacto de
Sangre con la ilusión de la paz, con la ilusión de la tregua, con la ilusión del progreso cultural,
con la ilusión de la comodidad, del placer, del lujo, del confort, etc.; quizá el arma más efectiva
haya sido la tentación del amor de las bellas sacerdotisas, especialmente entrenadas para
despertar las pasiones dormidas de los Reyes Guerreros.
Con la tentación de la ilusión, los Sacerdotes procuraban concertar alianzas de sangre
entre los pueblos combatientes, sellar los “tratados de paz” con la consumación de bodas entre
miembros de la nobleza r einante; naturalmente, como se trataba de apareamientos entre
individuos del mejor linaje, y de la misma Raza, a menudo no ocurría la degradación de la
Sangre Pura. ¿Qué buscaban, entonces, los Sacerdotes con tales uniones? Dominar
culturalmente a los pueblos del Pacto de Sangre. Ellos tenían bien en claro que la Sangre
Pura, por sí sola, no basta para mantener la Sabiduría si se carece de la voluntad espiritual de
ser libre en el Origen, voluntad que se iba debilitando por la Fatiga de Guerra. La Sabiduría
haría al Espíritu libre en el Origen y más poderoso que el Dios Creador; pero en este mundo,
donde el Espíritu está encadenado al animal hombre, el Culto al Dios Creador acabaría
dominando a la Sabiduría, sepultándola bajo el manto del terror y del odio. Una vez sometidos
culturalmente, ya tendrían tiempo los Sacerdotes para degradar la Sangre Pura de los pueblos
del Pacto de Sangre y para cumplir con su propio Pacto Cultural, es decir, para destruir las
obras de los Atlantes blancos.
En mi pueblo, Dr. Siegnagel, las cosas ocurrieron de ese modo. Los Reyes, cansados de
luchar y de esperar el regreso de los Dioses Liberadores, se dejaron tentar por la ilusión de
una paz que les prometía múltiples ventajas: si se aliaban a los pueblos del Pacto Cultural
accederían a su “avanzada” Cultura, compartirían sus costumbres refinadas, disfrutarían del
uso de los más diversos objetos culturales, habitarían viviendas más cómodas, etc.; y las
alianzas se sellarían con matrimonios convenientes, enlaces que dejarían a salvo la dignidad
de los Reyes y no los obligarían a ceder, de entrada, la Sabiduría frente al Culto. Ellos creían,
ingenuamente, que estaban concertando una especie de tregua en la que nada perdían y con
la que tenían mucho por ganar: y esa creencia, esa ceguera, esa locura, esa fatiga
incomprensible, ese sopor, ese hechizo, fue la ruina de mi pueblo y la falta más grande al
Pacto de Sangre con los Atlantes blancos, una Falta de Honor. ¡Oh, qué locura! ¡Creer que
podía reunirse en una sola mano el Culto y la Sabiduría! El resultado, el desastre diría, fue que
los Sacerdotes atravesaron las murallas y se instalaron entre los Guerreros Sabios; allí
intrigaron hasta imponer sus Cultos y conseguir que estos olvidasen la Sabiduría; y por último,
se lanzaron ávidamente a rescatar las Piedras de Venus, las que remitían con presteza a la
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