EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 65
entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay
alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin
resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al
suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los
huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le
picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos
queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su
nalga. Yo le unt&e acute; saliva. Toda la noche me la pasé untándole
saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba
con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo
lo que pude... De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto
que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de
aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña
porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o
sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy
siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta
ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato
pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el
garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que
le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre
ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras
encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo
que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con
toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacara nadie, ni
Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló
mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo... Ahora estoy junto a
la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna
en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede
suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi
madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se
llenará de coraje. Y entonces le pedirá a alguno de toda la hilera de
santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que
me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni
siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a
mi mamá que es allí donde están... Mejor seguiré platicando... De lo que
más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de
Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo
a las flores del obelisco...
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