EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 61
que soplan por este tiempo sobre el Llano. Así que se veía muy bonito
ver caminar el fuego en los potreros; ver hecho una pura brasa casi
todo el Llano en la quemazón aquella, con el humo ondulado por arriba;
aquel humo oloroso a carrizo y a miel, porque la lumbre había llegado
también a los cañaverales.
Y de entre el humo íbamos saliendo nosotros, como espantajos,
con la cara tiznada, arreando ganado de aquí y de allá para juntarlo en
algún lugar y quitarle el pellejo. Ese era ahora nuestro negocio: los
cueros de ganado.
Porque, como nos dijo Pedro Zamora: "Esta revolución la vamos a
hacer con el dinero de los ricos. Ellos pagarán las armas y los gastos
que cueste esta revolución que estamos haciendo. Y aunque no tenemos
por ahorita ninguna bandera por qué pelear, debemos apurarnos a
amontonar dinero, para que cuando vengan las tropas del gobierno vean
que somos poderosos." Eso nos dijo. Y cuando al fin volvieron las
tropas, se soltaron matándonos otra vez como antes, aunque no con la
misma facilidad. Ahora se veía a leguas que nos tenían miedo.
Pero nosotros también les teníamos miedo. Era de verse cómo se
nos atoraban los güevos en el pescuezo con sólo oír el ruido que hacían
sus guarniciones o las pezuñas de sus caballos al golpear las piedras de
algún camino, donde estábamos esperando para tenderles una
emboscada. Al verlos pasar, casi sentíamos que nos miraban de reojo y
como diciendo: "Ya los venteamos, nomás nos estamos haciendo
disimulados." Y así parecía ser, porque de buenas a primeras se
echaban sobre el suelo, afortinados detrás de sus caballos y nos
resistían allí hasta que otros nos iban cercando poquito a poco,
agarrándonos como a gallinas acorraladas. Desde entonces supimos que
a ese paso no íbamos a durar mucho, aunque éramos muchos. Cuando
los vivos comenzaron a salir de entre las astillas de los carros, nosotros
nos retiramos de allí, acalambrados de miedo.
Estuvimos escondidos varios días; pero los federales nos fueron a
sacar de nuestro escondite. Ya no nos dieron paz; ni siquiera para
mascar un pedazo de cecina en paz. Hicieron que se nos acabaran las
horas de dormir y de comer, y que los días y las noches fueran iguales
para nosotros. Quisimos llegar al Cañón del Tozín; pero el gobierno llegó
primero que nosotros. Faldeamos el volcán. Subimos a los montes más
altos y allí, en ese lugar que le dicen el Camino de Dios, encontramos
otra vez al gobierno tirando a matar. Sentíamos cómo bajaban las balas
sobre nosotros, en rachas apretadas, calentando el aire que nos
rodeaba. Y hasta las piedras detrás de las que nos escondíamos se
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