EL LLANO EN LLAMAS el-llano-en-llamas-de-juan-rulfo | Page 13
Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según
eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.
"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado
todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos
muhachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque
de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos
parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.
"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y
enjuciado para asustarme y seguir robándome. Cada que llegaba
alguien al pueblo me avisaban:
"—Por ahí andan unos fureños, Juvencio.
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y
pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la
media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda
la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le
costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su
vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse
pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los
sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo
correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar
escondiéndose de todos.
Por si acaso, ¿ no había dejado hasta que se le fuera su mujer ?
Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había
ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla.
Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con
tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo
lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar
era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que
lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No
necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente
maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr
con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas,
acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo
dijeron.
Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el
estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte
y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con
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