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A NTONIO P INTO R ENEDO una desviación del estado equilibrado y normal del cuerpo. También es una falacia negar que es mediante la inges- tión de alimentos como se produce la obesidad, aunque es cierto que, en muchos casos, comienza con un fallo gené- tico que provoca una sensación de hambre de forma con- tinuada a quienes lo padecen y, por lo tanto, el control de la dieta en estas circunstancias se hace complicado. Una buena forma de combatir la obesidad sería dividir el día en cuatro comida exclusivamente, y durante el resto del día solo consumir agua. A su vez, esas cuatro comidas se dividirían en dos grandes y otras dos pequeñas, que se su- cederían de forma rítmica, es decir, a un desayuno pequeño le sigue una comida grande, y a una merienda pequeña, una cena grande. También se puede modificar el orden, de modo que el desayuno sea grande y la comida del medio- día pequeña. Eso sería a voluntad de cada uno. Un número de comidas limitado permite que el estómago se llene con facilidad y, así, se puede combatir la sensación de hambre. En el caso de los niños, el número de comidas podría ser mayor, por encontrarse en la fase de crecimiento. El problema de los países occidentales solo se habla de tomar más vitaminas, más proteínas u otros alimen- tos, como si mejor salud fuese equivalente a mayor in- gestión de comida. De hecho, podría decirse que, en es- tos países, el cincuenta por ciento de la población tiene algún tipo de sobrepeso porque se ha llegado a considerar como normal por parte de la población la ingestión de una cantidad de alimentos y sobre todo de grasas excesiva a lo largo del día. La guerra contra la obesidad tampoco se puede ganar recurriendo a las llamadas dietas milagro, cara- 97