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correspondida con una actitud de recompensa por parte de
los educadores. Si se pierde la oportunidad de formar mo-
ralmente a los niños en la infancia, se corre el riesgo de que
se conviertan en adultos inadaptados e incapaces de saber
la diferencia entre lo que les corresponde a ellos y lo que es
propio de los demás, o dicho de otra manera, que pueden
pensar que hagan lo que hagan no encontraran castigo a
sus acciones, aun sabiendo que son ilícitas, por haber es-
tado sobreprotegidos en la infancia. No es mejor el padre
que se limita a dar dinero a sus hijos y que nunca los cas-
tiga. El padre ideal debe, por un lado, recompensar a sus
hijos por sus acciones correctas, pero también estar dis-
puesto a castigar las equivocadas cuando se hacen a con-
ciencia. Es en la infancia cuando los niños tienen su per-
sonalidad sin definir y, por tanto, es el momento al que
corresponde este tipo de formación. De perderse esa opor-
tunidad, al llegar a la edad adulta será más difícil corregir
una actitud desviada y el niño podría acabar siendo un
adulto déspota e infeliz, que chocaría de continuo con el
resto de los ciudadanos, hasta que, con el tiempo, se dé la
posibilidad de que comprenda su error.
También es importante subrayar que es en la escuela
donde tiene que darse la educación filosófica o religiosa,
puesto que esta asignatura en ningún caso es de valor infe-
rior a las demás, pero debe de estar libre de injerencias ex-
ternas, como las sectas u organizaciones religiosas privadas
como la católica. Es al Estado y a las asociaciones de pa-
dres a quienes compete determinar cómo tiene que ser esta
formación. Por supuesto, esta educación tiene que estar
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