El libro de la verdad y de la vida El libro de la verdad y de la vida | Page 54
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jeres que tienen sus rasgos masculinos o femeninos poco
marcados, pero eso no es una razón para rechazar su sexo,
sino para intentar encontrar lo que les falta. En el fondo,
quizás lo ideal sería que aquellos hombres que no se sien-
tan muy masculinos se unieran a aquellas mujeres que no
se sientan muy femeninas y así podrían aportarse mutua-
mente lo que les falta.
En mi opinión, se puede esperar muy poco de una so-
ciedad que considera aceptable o normal una práctica tan
aberrante e innatural como la homosexualidad, porque si
esta sociedad es incapaz de distinguir la diferencia entre
respetar y condescender es que carece de criterio en cues-
tiones éticas.
Hay que tener en cuenta que la maldad no solo se ex-
presa a través de las armas, pues existen otras formas de
maldad como la que ahora nos ocupa, que resulta más di-
fícil de distinguir, o por ejemplo la de aquellos programas
de televisión que fomentan el ego y la vanidad entre los
niños, quizás no se vean armas ni disparos, pero la incita-
ción a la maldad es manifiesta y peor que la de aquellos
programas de los que dicen alejarse.
Por lo tanto, lo correcto es que tanto la sociedad como
el Estado respeten estas u otras inclinaciones individuales,
pero sin condescender con ellas, porque una cosa es respe-
tar su derecho a elegir y otra muy distinta considerar que
lo que hacen esté bien. También quisiera subrayar que
aunque un defecto genético o de personalidad pueda fa-
vorecer la homosexualidad sin embargo en ningún caso
la provoca, porque eso solo depende del libre albedrio de
las personas.
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