El libro de la verdad y de la vida El libro de la verdad y de la vida | Page 138

E L LIBRO DE LA VERDAD Y DE LA VIDA nos y a los otros se les negaba. ¿Quién iba a cuestionar los argumentos de las grandes potencias? Ciertamente, en un mundo destrozado tras la guerra, les fue fácil establecer unos estatutos injustos a sabiendas. Estados Unidos plan- teó que fuera en su territorio donde se estableciera la sede alegando ser un entorno de democracia y estabilidad, pero no resulta prudente que la sede de esta organización per- manezca siempre en el mismo lugar, pues se corre el riesgo de que se den favoritismos y, además, no sería justo que permanezca en un país como Estados Unidos, que, tras el final de la segunda guerra mundial, lo único que ha hecho ha sido disputarse con la Unión Soviética el control del mundo, en muchas ocasiones de forma discutible, como ocurrió con el apoyo a la dictadura chilena o la invasión injustificada de Iraq, para la que se utilizó una gran canti- dad de falsedades y que dio lugar, por un lado, a que Esta- dos Unidos consiguiera importar petróleo de ese país como inicialmente quería, y, por otro, a que la guerra dejase allí un millón de muertos civiles y un país destrozado. Otra cosa sorprendente es la pretensión de los países vencedores de la guerra mundial en tener la exclusividad en el uso de las armas nucleares. ¿Es que solo estos países tienen el derecho a poseer esas armas como si fuera un de- signio divino? Es lógico que países como Alemania o sus aliados pue- dan tener restringido este derecho de forma temporal, por ser los causantes del conflicto, pero eso no significa que los vencedores tengan la exclusividad en dicha materia. La nueva Organización de las Naciones Unidas debería ser, ante todo, una organización democrática donde el voto 138