Dame un besito aquí,
que me he hecho daño.
Parecía divertido
subir demasiado alto.
Ahora me da miedo bajar,
agárrame de la mano.
Ya sé que no pasa nada,
pero yo no estoy a salvo.
«¿Qué es esto? No puede ser mío. Es… bonito», digo en
voz alta. Realmente, no me lo esperaba.
Los pensamientos son mezcla de fantasía y realidad. Esto no
parece de verdad y a la vez sí. Un momento. Creo que aquello
fue un sueño sobre un recuerdo de cuando era niña: mi padre
me cogía en brazos desde la rama más alta de un árbol porque
me daba miedo bajar después de haber trepado por él. Me da
nostalgia pensar que ahora tengo 25 años.
Tuve que soñarlo ayer porque ese cuaderno es un diario y
siempre sigo mi rutina; aunque no sea consciente, escribo.
Aunque no esté bien, escribo.
Creo que cuando estoy muy cansada no distingo entre
sueños y realidad. Tiene sentido: nunca estoy despierta, nunca
estoy durmiendo.
Los sueños son como los cuentos. Dicen algo importante a
partir de historias alejadas de la realidad. La muerte no es para
niños y los mayores no siempre encajan bien las fantasías, así
que las leyendas hacen que ambos lo comprendan.
En la página anterior: café, cargar móvil, pulsera, ducha, cena,
cargar móvil, dormir, ducha, café, eyeliner, ascensor. Quizás sea
más útil cuando la Oriana de ayer escribe sobre sus sueños
creyendo que fue lo que vivió ese día, así que sigo buscando
uno así. «¡Aquí está!», digo en voz alta, entusiasmada, y leo:
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