pared abajo y el aire caliente movía su pelo. Ella no lo sentía
sobre la cara. Vivía en la fachada trasera de un edificio y ya
no era verano, pero hacía calor. Para Oriana, seguía siendo
agosto.
Le invadió una soledad tremenda, la que decían que se iría
con el tiempo, la que ya no sabía de dónde venía.
La acera seguía desgastándose gota a gota y el gorrión
bailaba en el agua, salpicando con sus alas. La vida sigue por
muy rotos que estemos.
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