EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 7
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Las cornejas se peleaban. Se zambullían en el fango, se alzaban de nuevo
mientras sus gritos cortaban el aire. Había llovido mucho aquel mes de agosto de
1878. El desasosiego de las cornejas presagiaba el otoño y un largo y pesado
invierno, pero a uno de los granjeros del palacio de Kågeholm, justo al noroeste
de Tomelilla, las cornejas lo tenían desconcertado. Había algo en su
comportamiento inquieto que le resultaba inaudito. Y él llevaba toda su vida
viendo bandadas de cornejas. Bien entrada la tarde iba caminando a la vera de
una acequia llena de agua. Las cornejas no se movieron del sitio hasta el último
minuto, pero cuando y a estuvo demasiado cerca, dejaron de graznar y se
alejaron aleteando. El granjero, que se había aproximado con la intención de
comprobar qué causaba el desconcierto de las aves, no tardó en descubrir de qué
se trataba. En efecto, allí y acía una niña muerta, medio enterrada bajo la
maleza.
Enseguida comprendió que la niña había sido asesinada. Alguien le había
acuchillado el cuerpo y le había cortado la garganta. Pero cuando se agachó para
ver de cerca el rostro, observó algo muy extraño. Algo que le infundió un temor
más grande que la garganta degollada. El que la había matado la ahogó
llenándole de lodo la boca y la nariz. Y había apretado tanto que le rompió el
tabique nasal. La niña debió de padecer un tormento antes de morir.
Echó a correr por el mismo camino por el que había llegado. Dado que,
evidentemente, se trataba de un asesinato, el gobernador de Tomelilla solicitó la
asistencia de los detectives de la policía de Malmö.
La pequeña asesinada se llamaba Sanna Sörensdotter, y todos, incluido David
Hallén, el pastor de la comarca, la consideraban retrasada mental. Cuando la
encontraron, llevaba tres días desaparecida de Kverrestad, donde vivía.
Según el médico que examinó su cadáver, el doctor Madsen, de Simrishamn,
no parecía haber sufrido agresiones sexuales. Como el cadáver se hallaba en
estado de putrefacción y las cornejas habían causado en él estragos
considerables, se vio obligado a expresar sus reservas, pues la verdad podía