EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 62

el tiempo, como si vigilase a un perro capaz de atacar y morder con la may or agresividad sin previo aviso. Pero Daniel no dejaba de sonreír. Cuando la niña gorda, la que tal vez se llamaba Elin, posó la mano sobre su cabeza, el niño extendió el brazo y posó la suy a sobre la cabellera pelirroja de ella. La niña lanzó un grito y se apartó de un salto. Daniel no dejaba de sonreír. —Daniel quería veros mientras saltáis —les dijo Bengler—. ¿No podéis mostrarle cómo lo hacéis? Las niñas se pusieron a saltar. Cuando la niña gorda tropezó, Daniel se echó a reír. Fue una risa sonora que nacía de lo más hondo, como un volcán dormido en inesperada erupción. —¿Él sabe saltar? Bengler le señaló la cuerda a Daniel, que la tomó sin vacilar. Saltaba con gran ligereza, cruzó el paso y empezó a saltar hacia delante y hacia atrás a buen ritmo. Bengler estaba asombrado. Jamás hubiese imaginado que Daniel supiese saltar a la comba y se sintió avergonzado. ¿Acaso había imaginado que Daniel dominase otro arte que el del silencio y la timidez? ¿No lo había considerado él mismo como un animal, más que como un ser humano? —¡Mira, ni siquiera suda! —gritó la niña gordita. Daniel seguía saltando y no parecía cansarse. Bengler tuvo la sensación de que, en realidad, no subía y bajaba al saltar, sino que más bien iba camino de algún sitio, como si en realidad estuviese corriendo. « Está en el desierto» , se dijo Bengler. « Allí es donde está. Y no aquí, en un sucio jardín de Simrishamn» . Finalizó el juego y Daniel respiraba con normalidad, no entrecortadamente por el esfuerzo. Les devolvió la cuerda a las niñas y le dio la mano a Bengler. También aquello sucedía por primera vez. Hasta aquel momento, siempre fue Bengler quien le tomó la mano al pequeño. « Algo ha cambiado» , concluy ó Bengler. « A partir de ahora, las cosas serán distintas entre nosotros. Aunque no sé en qué sentido» . Aquella noche, cuando Daniel se durmió, Bengler comenzó un nuevo diario. Decidió llamarlo El libro de Daniel y plasmó con cuidado el título en la portada. Un terrible alboroto llegaba de una taberna cercana, un vivo bullicio de voces y música de violines. Daniel dormía y, a través de las delgadas paredes, Bengler oy ó a dos personas que hacían el amor en la habitación contigua. Intentó desentenderse del ruido, pero se oía perfectamente y Bengler notó que lo excitaba. Intentó imaginarse los cuerpos, el hombre que gruñía y la mujer que gemía y se figuró que era él mismo quien estaba allí dentro, con Matilda o con Benikkolua. Una vez escrito el título, se quitó los pantalones y se masturbó. Procuraba seguir el ritmo del rechinar de la cama contigua y ey aculó justo