EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 53

8 La nave se llamaba Chansonette y venía de Goa, en la península india. De la bodega subían aromas de misteriosas especias que Bengler no conocía. Durante su primer paseo por cubierta descubrió unos extraños herrajes atornillados a los listones del suelo. En un primer momento no supo identificarlos más que como un vago recuerdo, pero después cay ó en la cuenta de que en una ocasión los había visto en una detallada lámina inglesa que representaba prolijamente los instrumentos y herramientas con que, por lo general, tenían apresados a los esclavos durante la travesía a las Antillas. Es decir, se encontraba en un antiguo barco de esclavos. Aquella constatación lo embargó de un profundo malestar. Por un instante, la reluciente cubierta se llenó de sangre, cuy o olor era más intenso que el de los sacos de especias y las tinas almacenados en la bodega. Miró a Daniel, al que llevaba amarrado a la cuerda. A fin de que no se soltase en uno de los muchos e inesperados movimientos que hacía periódicamente, Bengler había construido una especie de arnés que el niño llevaba en todo momento. Y a través de un ojo formado por resistente hilo para coser velas ató a su cinturón la cuerda, que además llevaba bien agarrada con la mano. Le había explicado al capitán que Daniel era su hijo adoptivo y que se lo llevaba consigo a Europa. Michaux no le hizo preguntas, ni mostró el menor indicio de curiosidad. Bengler le pidió que informase a la tripulación de que el carácter imprevisible del pequeño lo obligaba a llevarlo sujeto con el arnés. Es decir, que se trataba de una medida preventiva, no de una muestra de crueldad. Michaux hizo venir a uno de sus primeros, un holandés llamado Jean, y le pidió que se lo transmitiese a la tripulación. Les habían asignado un camarote cerca de la proa, junto al del capitán. Tras un violento ataque de desesperación por desatarse, Daniel se hundió en la apatía. Para calmarlo, Bengler esparció una fina capa de arena sobre el suelo del camarote. Después intentó explicarle que el barco era grande y seguro. El mar no era una bestia, los ligeros movimientos del casco no eran distintos de los que tuvo que sentir cuando su madre lo llevaba a la espalda.