EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 53
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La nave se llamaba Chansonette y venía de Goa, en la península india. De la
bodega subían aromas de misteriosas especias que Bengler no conocía. Durante
su primer paseo por cubierta descubrió unos extraños herrajes atornillados a los
listones del suelo. En un primer momento no supo identificarlos más que como un
vago recuerdo, pero después cay ó en la cuenta de que en una ocasión los había
visto en una detallada lámina inglesa que representaba prolijamente los
instrumentos y herramientas con que, por lo general, tenían apresados a los
esclavos durante la travesía a las Antillas. Es decir, se encontraba en un antiguo
barco de esclavos. Aquella constatación lo embargó de un profundo malestar. Por
un instante, la reluciente cubierta se llenó de sangre, cuy o olor era más intenso
que el de los sacos de especias y las tinas almacenados en la bodega. Miró a
Daniel, al que llevaba amarrado a la cuerda. A fin de que no se soltase en uno de
los muchos e inesperados movimientos que hacía periódicamente, Bengler había
construido una especie de arnés que el niño llevaba en todo momento. Y a través
de un ojo formado por resistente hilo para coser velas ató a su cinturón la cuerda,
que además llevaba bien agarrada con la mano. Le había explicado al capitán
que Daniel era su hijo adoptivo y que se lo llevaba consigo a Europa. Michaux no
le hizo preguntas, ni mostró el menor indicio de curiosidad. Bengler le pidió que
informase a la tripulación de que el carácter imprevisible del pequeño lo obligaba
a llevarlo sujeto con el arnés. Es decir, que se trataba de una medida preventiva,
no de una muestra de crueldad. Michaux hizo venir a uno de sus primeros, un
holandés llamado Jean, y le pidió que se lo transmitiese a la tripulación.
Les habían asignado un camarote cerca de la proa, junto al del capitán. Tras
un violento ataque de desesperación por desatarse, Daniel se hundió en la apatía.
Para calmarlo, Bengler esparció una fina capa de arena sobre el suelo del
camarote. Después intentó explicarle que el barco era grande y seguro. El mar
no era una bestia, los ligeros movimientos del casco no eran distintos de los que
tuvo que sentir cuando su madre lo llevaba a la espalda.