EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 192
que acaba de empezar a publicarse.
El doctor Madsen se llevó de la cocina a Alma y a Edvin. El señor llamado
Edman, el que era calvo, sacó un bloc y empezó a dibujar a Daniel. Fredholm
tomó una cinta métrica con la que rodeó la cabeza del pequeño. A Daniel casi le
dieron ganas de echarse a reír, pero comprendió que la situación requería
seriedad. Era incapaz de comprender por qué era tan importante conocer las
medidas de su nariz o la distancia que había entre sus ojos. Pensó que los dos
hombres le recordaban a Padre. Se dedicaban a cosas difíciles de comprender.
Padre casi perdió la vida en un desierto buscando escarabajos y mariposas. Y allí
estaban ahora aquellos dos hombres adultos seriamente empeñados en medirle la
nariz.
—Me pregunto qué estará pensando —comentó Edman al tiempo que
cambiaba de posición para dibujar el perfil izquierdo del rostro de Daniel.
—Si es que piensa —puntualizó Fredholm mientras anotaba la longitud de su
oreja izquierda.
—Es extraño hallarse ante un ser que pertenece a una especie en vías de
extinción. Me pregunto si será consciente de ello. De que pronto no existirán más
como él.
Daniel escuchaba lo que decían un tanto ausente. Se le había ocurrido una
idea. Ellos tal vez pudiesen decirle dónde se hallaba el mar; como estaban solos
en la habitación, ni Alma ni Edvin oirían su pregunta. Decidió esperar hasta que
hubiesen terminado. Entonces les preguntaría y lo haría de tal modo que no
podrían averiguar cuál era su intención.
—Abre la boca —le dijo Fredholm.
Daniel obedeció.
—¿Has visto antes unos dientes así? Ni una sola caries, ni una picadura.
—La caries la causan las bacterias, pero la blancura de sus dientes se ve
reforzada por el color negro de su piel.
Fredholm le tiró de los dientes.
—Son fuertes como los de una fiera. Si me mordiera ahora, sería como tener
colgado de la muñeca a un gato enloquecido.
Daniel cay ó en la cuenta de que era la segunda vez que lo dibujaban y lo
medían. Se preguntaba si sería una costumbre de aquel país medirle la cabeza a
la gente que llegaba de visita.
Fredholm seguía midiendo. Y empezó a tirarle de los labios. Le dolió, pero no
permitió que se lo notasen.
—Yo una vez dibujé una cabeza de zorro. Lo más probable es que el animal
tuviese hidrofobia y se le rajó la cabeza. Y ahora tengo la misma sensación de
estar dibujando a un animal.
Fredholm se sonó la nariz en un pañuelo y le pidió a Daniel que levantase el
brazo. El joven se puso a olerle y olismear en su axila.