EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 166

Edvin se miró las manos y no añadió nada más. Después volvió al campo. —¿Qué daño te había hecho el cerdo? —le preguntó Alma. Daniel notó por el tacto de su mano que no estaba enfadada con él. Le apretó levemente el interior de la muñeca para tomarle el pulso, que latía con la misma calma con que solía hacerlo el corazón de Be. Sin embargo, sabía que no podía responder a su pregunta. Le diría algo que no era verdad, que no sabía por qué se había visto obligado a matar al cerdo. Pero ella jamás comprendería que el hombre malvado que mató a Kiko había ido a buscarlo transformado en un cerdo. De ahí que le dijese simplemente las únicas palabras que sabía que nadie malinterpretaba nunca. —Me llamo Daniel. Creo en Dios. Luego se alejó de Alma, no sin antes ponerse los zuecos. Uno de ellos estaba lleno de sangre y Daniel sintió que se le pegaba al pie. Alma se quedó mirándolo. « Ella es la única que puede ver en mi interior» , se dijo Daniel. « He de tener cuidado con ella. De todos modos, también es la única que comprende que, en realidad, no estoy aquí; que me encuentro en otro lugar» . Subió a la colina de detrás de la casa. A lo lejos, en el campo, se veía a Edvin y al mozo. Intentaban volcar una gran piedra. Había empezado a soplar el viento. Los pájaros negros estaban tranquilos y silenciosos en el bosquecillo. Daniel trató de atisbar la gaviota. Aguzó el oído. A veces le parecía oír tambores a lo lejos. Luego comprendía que no era más que el viento que soplaba peinando los campos antes de callar de nuevo. Sentía frío. Además, le moqueaba la nariz. Por más que se sonaba, siempre la tenía llena de mocos. En el desierto nunca se había resfriado. Alguna vez le dio fiebre y dolor de barriga, pero nunca le moqueó la nariz. Siguió oteando el horizonte. Edvin y el mozo lograron cargar la piedra en un trineo de madera. Los dos caballos tiraban y tiraban del trineo. Daniel se había dado cuenta de que Edvin jamás pegaba a sus caballos. Padre sí que azotaba a los buey es. A veces incluso desataba una ira insólita sobre ellos, pese a que tiraban como debían. Edvin, sin embargo, no los azotaba nunca. Tironeaba y los espoleaba con las riendas, pero nunca tanto como para hacerles daño. Daniel seguía la línea del horizonte con la mirada moviéndose en círculo muy despacio. De repente vio algo que se movía por un camino al otro lado de la colina. Era un sendero que conducía a una granja vecina, dónde vivía la familia Hermansson. Uno de los primeros días después de la partida de Padre vino gente de esa granja, solo para ver a Daniel. Él les fue estrechando la mano e inclinándose, pero sin mirarlos a los ojos. Eran jóvenes y lo observaron en silencio y boquiabiertos de asombro. Finalmente, Alma no pudo soportarlo más y