EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 153
—No, no va a morirse.
—Pues se lamenta como si estuviese a punto de hacerlo.
Daniel comprendió y dejó de quejarse enseguida.
—Solo necesita dormir —aseguró Padre—. Te garantizo que no va a morir.
El hombre del candil asintió vacilante, pero al fin llamó a un mozo que
dormía bajo la escalera y que acudió trastabillando.
—Lleva el equipaje a la habitación de la estufa.
Les dieron la misma habitación que en la ocasión anterior. Padre se dejó caer
pesadamente en la cama, después de haber llevado en brazos a Daniel escaleras
arriba. Daniel comprendía que debía de estar muy cansado.
—¿Cuándo proseguiremos el viaje? —preguntó.
Padre lo miró largo rato antes de responder.
—Mañana —dijo al fin—. Partiremos mañana. Quítate la venda y acuéstate
a dormir.
Daniel se acurrucó junto a la espalda de Padre. Ahora todo era distinto.
Ignoraba qué habría sucedido con la mujer y los botones de su vestido, pero
debió de ser algo bueno, puesto que había convencido a Padre de que tenían que
regresar al desierto.
Aquella noche, a Daniel le costó conciliar el sueño. Se levantó varias veces a
mirar por la ventana el patio donde vio saltando a las dos niñas. Una farola
solitaria sobresalía junto a la puerta que daba a la calle. Sentía una calma
indecible.
—Pronto estaré ahí —musitó—. Pronto estaré en casa de nuevo.
Cuando se despertó al día siguiente, Padre y a se había marchado. Llovía
copiosamente y las gotas repiqueteaban contra la ventana. Daniel se quedó en la
cama evocando la figura de Padre mientras buscaba un barco y un capitán. No
tardarían en emprender el viaje. Se levantó de un salto y se acercó a la ventana.
El empedrado del patio estaba cubierto de agua. Volvió a la cama. Era como si
todo el edificio se transformase poco a poco en una embarcación. La cama se
mecía, las cortinas aleteaban, como si el barco empezase a navegar despacio.
Intentó recordar todo lo ocurrido desde que durmió en aquella cama por primera
vez, pero todo recuerdo se había borrado de su memoria. Y se veía a sí mismo
con un paño en la cintura atravesando el desierto con la familia.
Se durmió otra vez y, cuando abrió los ojos, allí estaba Padre y, a su lado, un
hombre de mirada afable que le sonreía.
—Este es el doctor Madsen —le dijo Padre—. Trabaja en el hospital. Nos
conocimos en la ciudad en la que visitamos a un hombre que estaba en cama y
nos dio dinero. ¿Lo recuerdas?
Daniel conservaba un vago recuerdo, pero no del hombre enfermo en cama,