EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 138
personas amables y solícitas que tenían los dedos blancos y delgados. Esas
personas querían de él algo que no podía dar.
—¿Sabes saltar a la cuerda? —preguntó Daniel para defenderse. Puesto que
no sabía si había sido bastante educado, añadió—: Me llamo Daniel. Creo en
Dios.
—Sí, sé saltar a la cuerda —respondió la mujer—. Puede que no con esta
falda, pero sé hacerlo.
—No hubo ningún león —insistió Daniel.
La mujer se puso de pie sin más preámbulo. Tomó su saltador, se anudó la
falda y las enaguas de modo que se le veían las medias y parte de los muslos
desnudos y empezó a saltar. Cada salto retumbaba en el suelo. Daniel
comprendió enseguida que hacía mucho tiempo que no saltaba, pero lo aprendió
una vez y no lo había olvidado.
La mujer paró y se arregló la falda. Daniel se quedó decepcionado por un
instante. Le habría gustado pegarse a su cuerpo, justo donde terminaban las
medias, justo donde su piel era tan blanca como sus dedos. La mujer había
quedado sin resuello. Se le marcó el pecho y Daniel volvió a ver a Be, aunque
ella nunca llevaba ninguna prenda que ocultase su torso. A Kiko le gustaba jugar
con sus pechos. Incluso les puso nombre, pero Be se rio y le dijo que y a estaba
embarazada y que no necesitaba oír palabras amables sobre sus pechos. Daniel
se preguntó si podría pedirle a la mujer que se quitase la ropa. Al menos la parte
de arriba. Puesto que había estado saltando a la comba y sabía que jamás existió
león alguno, tal vez no fuese una pregunta peligrosa. De modo que señaló los
botones negros que cerraban el vestido en el pecho y ella lo miró extrañada.
—Son botones.
Daniel y a lo sabía. Padre solía enfurecerse por las mañanas, en especial si
había estado bebiendo la noche anterior, y gritarles a los malditos botones…
—Quítalos —le dijo.
Ella se quedó mirándolo un buen rato, algo tensa. Daniel supo enseguida que
había hecho algo mal. Pero después, la mujer cambió de actitud, se desabotonó
el vestido, nueve botones, uno tras otro, y luego el corsé blanco, hasta que Daniel
pudo ver sus pechos. Ante su sorpresa, se parecían a los de Be. Los pechos de las
mujeres eran distintos, igual que los de los hombres. Pero la mujer que estaba allí
sentada tenía los mismos pechos que Be. Daniel no pudo resistir la tentación y se
apretó contra su pecho, pero ella no se retiró, aunque se puso tensa.
—Soy tu madre —declaró la mujer—. Ahora ella está aquí.
—Be está muerta —respondió Daniel—. Murió desangrada en la arena.
Cuando llegó Kiko, ella y a había dejado de respirar. Yo estaba detrás de un
montón de pieles de kudú y los que vinieron armados de rifles y lanzas no me
vieron. Kiko llegó demasiado pronto. Uno de los que se rezagaron cortándoles las
orejas a los muertos lo vio y le disparó en la cabeza.