EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 128
—Fuera, en el vestíbulo. Y en silencio. Sé que puedes hacerlo.
—Pero también quiero hablar con él —insistió la mujer.
—Lo llamaremos.
Daniel comprendió que Padre deseaba quedarse a solas con la mujer. Tomó
el saltador y salió al vestíbulo. Una anciana dormía sentada junto a la entrada,
con su labor de punto entre las manos. Daniel dio una vuelta por el vestíbulo y
echo un vistazo. En el techo había pinturas de ángeles que jugaban entre las
nubes. Pensó que flotar entre nubes debía de ser tan difícil como caminar sobre
las aguas. Pero ni lo uno ni lo otro era posible. Empezó a saltar. La anciana
dormía. Sus pies apenas rozaban el suelo de piedra. Intentó imaginarse que era
agua. Un día llegaría a ser tan diestro que no solo podría caminar, sino incluso
saltar sobre el agua.
Al cabo de un rato notó que estaba cansado. La anciana seguía durmiendo.
Entreabrió la puerta de la gran sala y se asomó. Padre estaba de pie,
explicándole su historia a la mujer que, sentada, anotaba lo que oía en el bloc.
Daniel entró despacio y se sentó al fondo. Oía todo lo que decía Padre, que
hablaba en voz bien alta. De vez en cuando, la mujer hacía una pregunta. Ella
también hablaba de modo que Daniel podía oírla. Hablaban de los insectos.
Daniel apoy ó la cabeza en la silla de delante y cerró los ojos. Estaba cansado.
Además, se preguntaba cuándo tendría tiempo de practicar para que sus pies
fuesen capaces de sostenerlo sobre el agua. Kiko se le había aparecido la noche
anterior. Y eso solo podía significar que lo esperaban.
De repente oy ó su nombre y se vio interrumpido en sus reflexiones. Miró a
Padre, que ahora hablaba de él. Daniel prestó atención y, al cabo de unos
minutos, empezó a dudar. ¿De quién hablaba Padre, en realidad? En efecto,
estaba contando la historia de un león herido de bala que había arrastrado a un
niño inconsciente hasta unos arbustos, donde pensaba devorarlo. ¿Se refería a él?
Daniel no había visto un león en su vida. Ni Be tampoco. Kiko creía haber visto
uno en una ocasión, pero ¿quée a él lo atrapó un león herido? Daniel se levantó y
se fue acercando sin hacer ruido entre las sillas. Se sentó en el suelo, mirando por
entre las patas de los asientos. El suelo estaba sucio. El traje de marinero que
Padre le había confeccionado se ensuciaría. Pero no tenía otro remedio.
No cabía la menor duda. Padre hablaba de él y nada de lo que decía era
verdad. Según su relato, Padre lo había salvado del león y lo había llevado sobre
sus hombros durante cuatro días, sin una gota de agua, a través del desierto. Allí
los asaltó una banda de ladrones, pero Padre no solo había salvado sus vidas,
además, había logrado convertir a los ladrones al cristianismo y, a partir de aquel
momento, Daniel se había convertido en su fiel apóstol.
Precisamente aquella palabra, « apóstol» , no la había oído jamás.
Comprendía que implicaba que él lo había seguido al otro lado del mar de forma
voluntaria, incluso que ese fue su deseo, que sintió unas ansias desesperadas por