EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 123

—Vamos a exhibir los insectos —le explicó después de cenar—. Wickberg es un buen tipo. Ha preparado un viaje para nosotros, me pagará bastante y, si todo va bien, seguiremos así. Eso sí, tienes que prometerme que no empezarás a trepar por las cabezas de la gente cuando te descubra ante ellos. En ese caso tendré que devolverle el dinero a Wickberg y nos veremos obligados a regresar a la buhardilla. ¿Entiendes lo que quiero decir? —Sí, Padre. —¿Me prometes que no volverá a suceder? —Sí, Padre. Padre extendió la mano y la posó sobre la de Daniel. —¿Qué te pasó? Vi un destello en tus ojos, como si hubieses detectado algo. —Era Kiko —respondió Daniel con toda sencillez. Pensó que ahora Padre no se enfadaría ni menearía airado la cabeza si se lo explicaba. —¿Kiko? Daniel comprendió que Padre ignoraba quién era Kiko. Él jamás había indagado sobre la vida que había vivido antes de caer bajo las cadenas de Andersson. ¿Cómo iba a explicarle que, antes que él, existió un hombre llamado Kiko? —Kiko —repitió Padre. —Él y Be me tuvieron a mí. Kiko pintaba antílopes en la roca y me enseñó lo que sé sobre los dioses. Un día murió. Igual que Be. Daniel hablaba muy despacio, buscando las palabras adecuadas e intentando pronunciarlas con toda la claridad posible. Padre lo miraba perplejo. —¡Pero si sabes hablar! —exclamó—. ¡Y decir frases enteras! Parecía haber olvidado a Kiko. Como si no hubiese oído lo que Daniel acababa de decirle. —Eres un niño extraño —prosiguió Padre—. Ya has empezado a aprender el idioma. Incluso hablas como y o, con acento de Småland. Y eso que vienes de un desierto muy, muy lejano. Daniel esperaba que Padre le preguntase por Kiko, pero siguió hablando de la lengua, del hecho de que Daniel supiese hablarla. Qué decía, eso no tenía importancia. Ya bien entrada la tarde, llegaron a la pequeña ciudad en la que desembarcarían. Wickberg los aguardaba en el muelle. Tenía a su lado a dos niños con una carretilla. Le había dado la vuelta al sobretodo rojo, de modo que ahora se veía el forro, que era gris. Asentía satisfecho mientras le estrechaba la mano a Padre y le daba palmaditas a Daniel en la cabeza. —Resultará perfecto. El alcalde, que es aficionado a la botánica, nos prestará la sala de juntas del ay untamiento. Me prometió una gran participación de