EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 111
Siguió adelante y no tardó en percibir el olor del agua. En el muelle había
muchos barcos varados muy cerca unos de otros. En algunas de las
embarcaciones había hombres trajinando con el cordaje para mantener los
barcos en movimiento. Aquel día, Padre le había explicado que en esos barcos
había peces que parecían serpientes y que morirían si no movían los barcos
constantemente para que entrase agua limpia por los agujeros de la cubierta. De
los mástiles colgaban farolillos de luz vacilante. Daniel estuvo a punto de tropezar
con un hombre que dormía junto a unas tinas. Siguió caminando despacio,
siempre fuera del haz de luz de las hogueras del muelle, donde la gente jugaba a
las cartas. Al final encontró entre las piedras una escalera que conducía a la
superficie del agua. Muy cerca de allí había varados unos botes de remos. En uno
de ellos dormía una mujer. Daniel se movía con cuidado para no despertarla.
Tocó el agua con las manos. Estaba fría. Intentó hacer que la mano fuese más
ligera, que sus dedos se comportasen como plumas, para que no se hundiesen en
el agua. Después probó con el pie. « El agua es como un animal» , se dijo.
« Tengo que ser capaz de acariciar su pelaje sin que se estremezca. Entonces y
solo entonces me permitirá que camine sobre ella sin quebrarse y sin que y o me
hunda» . Aún no dominaba aquel arte, pues el animal se estremecía
constantemente. Su mano era como un insecto molesto. Tomó conciencia de que
al mar le llevaría mucho tiempo acostumbrarse a sus manos y luego a sus pies.
La mujer del bote se movió en sueños. Daniel contuvo la respiración. Medio
despierta, dejó oír un murmullo y volvió a dormirse. El agua estaba muy fría y
no dejaba de sobresaltarse a su roce. Daniel le susurraba tal y como le enseñó Be
que había que hacer con los perros cuando, nerviosos, olfateaban el rastro de un
depredador. Por un instante le pareció sentir que el animal lo escuchaba. Su mano
flotaba sobre el agua. El agua la sostenía; pero enseguida volvió a estremecerse
el pelaje. Aun así, se sentía satisfecho. Terminaría por aprender. Le llevaría
tiempo, pero volvería al mar todas las noches, conseguiría que el húmedo pelaje
del mar se acostumbrase y, un día, lo lograría por fin.
Se levantó para regresar a la buhardilla donde Padre seguía durmiendo. La
mujer del bote roncaba. Daniel observó las amarras. La cuerda, atada con
descuido al bolardo de piedra, estaba deshecha, deshilachada y floja. Se preguntó
qué sucedería si soltase el cabo. Enseguida acudió Be para amonestarlo. Él solía
hacer cosas que no estaban permitidas. Tensaba cuerdas para que la gente
tropezara, ponía en la comida especias muy picantes, asustaba a los demás
pintándose en la cara los huesos blancos de la muerte. Pero Be no se enfadaba
simplemente. En primer lugar, le tiraba del brazo e incluso a veces le daba una
bofetada, pero después siempre rompía a reír. « Y también reirá en esta
ocasión» , se dijo. Con mucho cuidado soltó el cabo. El bote empezó a alejarse
del muelle. Daniel no consiguió ahogar la carcajada y, puesto que no había nadie
por allí, la dejó escapar. Se rio abiertamente en plena noche, como no hacía