EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 109

15 La segunda noche, Daniel abandonó la buhardilla, se deslizó como una sombra escaleras abajo y se perdió en la oscuridad. Padre no había cerrado con llave. Llegó a casa tarde, con los ojos brillantes y trastabillando. Miró a Daniel lleno de remordimientos, pero no dijo nada y se desplomó en la cama, como si volviese de una larga y desafortunada cacería. Daniel comprendió que debía empezar muy pronto a preparar su regreso al desierto. El antílope gritaba en su interior pidiendo que lo terminase, y tenía que aprender a caminar sobre las aguas antes de que el mundo en que se encontraba lo engullese por completo. De modo que salió de noche para buscar el agua. Cada vez que iba por la calle con Padre intentaba memorizar el laberinto de callejas, por dónde se atisbaba el agua y por dónde se perdía entre los altos edificios que se extendían como una informe cadena montañosa. Él se hallaba en el fondo de un barranco, eso lo había comprendido y a, la gente de aquel país vivía en agujeros cavados en la roca. Además, al parecer, ellos mismos construían esas rocas. No eran montañas que hubiesen surgido del fondo de la tierra, no se irguieron desde el invisible pecho de los dioses como las montañas con las que él había convivido siempre. Tenía que salir de aquel barranco, tenía que hacerlo solo, y necesitaba el agua para ejercitar sus pies y enseñarles a caminar sobre su delgada superficie. Ya en la calle empedrada se detuvo un instante. El aire era frío, de un frío distinto al que él estaba habituado. Las noches del desierto podían ser frías, pero siempre quedaba una reminiscencia del aroma del sol que, tarde o temprano, volvería a salir en el horizonte para difundir su calor. Aquí, en cambio, era incapaz de sentir ese aroma. El frío nacía de debajo, se le metía en las plantas de los pies. Por un segundo se arrepintió de haber salido. Se perdería en el frío de la noche y quizá no encontrase el camino de vuelta. Las farolas chisporroteaban iluminando la calle parcialmente. Una rata pasó a la carrera ante sus pies para ir a esconderse en un agujero de la pared. Procuraba no entrar en los círculos de luz. La gente que de día se lo quedaba mirando por la noche podría considerarlo un animal y perseguirlo.