Gentileza de El Trauko
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Miércoles 10 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Anoche tuvimos un cortocircuito, precisamente durante un bombardeo y el ruido
ensordecedor de los cañones antiaéreos. No puedo librarme del miedo a los aviones y a las
bombas, y me paso casi todas las noches al lecho de papá, buscando allí protección. Es una
niñería, lo admito, pero si tú tuvieras que pasar por eso... Los cañones hacen un estruendo
ensordecedor. La señora fatalista estaba a punto de soltar las lágrimas cuando dijo, con una
vocecita quejumbrosa:
—¡Oh, qué desagradable! ¡Oh, que estruendo! Lo que quería decir: "Me muero de
miedo".
A la luz de las velas era menos terrible que en la oscuridad. Yo me estremecía
como si tuviera fiebre y suplicaba a papá que encendiera nuevamente la velita. Pero él se
mantuvo inflexible: había que permanecer en la oscuridad. De repente empezaron a tirar
con las ametralladoras, lo que es cien veces más aterrador que los cañones. Mamá saltó de
la cama y encendió la vela, a pesar de que papá refunfuñaba. Mamá contestó con firmeza:
—¿Es que tomas a Ana por un viejo soldado como tú?
Asunto concluido.
¿Te he hablado ya de los otros miedos de la señora Van Daan? Creo que no. Si no
lo hiciera, no estarías completamente al tanto de las aventuras del anexo. Una noche, la
señora creyó oír ladrones en el desván: percibía sus pasos, no cabía duda, y estaba tan
asustada que despertó a su marido. Pero en ese momento los ladrones habían desaparecido:
el señor Van Daan no oyó más que los latidos del corazón de su esposa.
—¡Oh Putti! (apodo del señor). Seguramente se han llevado los salchichones y
todas nuestras bolsas de fréjoles. ¿Y Peter? ¿Estará todavía Peter en su cama?
—No te alarmes, que no se han llevado a Peter. No tengas miedo y déjame dormir.
Pero no hubo más remedio. La señora sentía tal pavor, que ya no podía volver a
conciliar el sueño. Algunas noches después, toda la familia Van Daan fue despertada por
sonidos fantasmales. Peter subió al desván con una lámpara de bolsillo, ¿y qué vio? ¡Brrr!
¡Una caterva de ratas que huían! Los ladrones habían sido descubiertos. Hemos dejado a
Mouschi en el desván para que cace a los indeseables, que no han vuelto, por lo menos
durante las horas de descanso.
Noches atrás, Peter subió a la bohardilla a buscar periódicos viejos. Al bajar la
escalera apoyó la mano, sin mirar, en... una rata enorme. Le faltó poco para que rodase por
la escalera, muerto de terror y de dolor, porque la rata le mordió el brazo, ¡y cómo! Al
entrar en nuestra habitación estaba pálido como la cera y con su pijama todo manchado de
sangre: apenas si se mantenía en pie.
¡Qué sorpresa tan desagradable! No es divertido acariciar a una rata y, si por
añadidura, lo muerde a uno, resulta espantoso.
Tuya,
ANA
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