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exactamente un año de la entrada de Dussel en el anexo. Con tal
motivo, obsequió a mamá con un pequeño tiesto de flores, sin
regalar absolutamente nada a la señora Van Daan. Ahora bien,
ésta, mucho antes de la fecha memorable, había hecho diversas
alusiones directas, dando claramente a entender a Dussel, que
esperaba de él un pequeño recuerdo.
En lugar de expresar su gratitud por la acogida desinteresada
que le hemos hecho, guardó un silencio absoluto. En la mañana
del 16 preguntó si debía felicitarle o presentarle mis condolencias;
él me contestó que aceptaba lo uno o lo otro. Mamá quiso actuar
como pacificadora, pero sin resultado; y todo sigue igual.
¡El espíritu del hombre es grande pero pequeños sus actos!
Tuya,
ANA
Sábado 2 7 de noviembre de 1943
Querida Kitty:
Anoche, antes de dormirme, tuve de repente una visión: Lies.
La vi ante mí, cubierta de harapos, el rostro enflaquecido y
hundido. Sus ojos me miraban fijamente, inmensos, muy tristes y
llenos de reproche. Podía leer en ellos: «¡Oh, Ana! ¡por qué me
has, abandonado? ¡Ayúdame, ven a auxiliarme, hazme salir de
este infierno, sálvame!».
Me es imposible ayudarla. Sólo puedo ser espectadora del
sufrimiento y de la muerte de los otros, y rogar a Dios que algún
día pueda volver a verla. Vi solamente a Lies, a nadie más, y ahora
comprendo. La juzgué mal,. yo era demasiado joven. Ella se había
encariñado con su nueva amiga, y yo procedí como si quisiera
quitársela. ¡Por lo que ha debido pasar! Sé lo que es eso, porque
también yo lo he experimentado.
Antes, me sucedía, como un relámpago, que lograba
comprender algo de su vida, pero enseguida volvía a caer
mezquinamente en mis propios placeres y resabios. Fui mala. Ella
acaba de mirarme con ojos suplicantes y rostro pálido. ¡Ah, que
desamparada está! ¡Si tan solo pudiera ayudarla!
¡Dios mío! Cuando pienso que yo aquí tengo todo cuanto
puedo desear, y que ella es víctima de una suerte terrible. Ella era
por lo menos tan piadosa como yo. También quería siempre el
bien. ¿Por qué la vida me ha elegido a mí y por qué la muerte la
aguarda quizás a ella? ¿Qué diferencia había entre ella y yo? ¿Por
qué estamos tan alejadas la una de la otra?
A decir verdad, la había olvidado desde hacía meses. Sí, desde
hacía casi un año. Acaso no completamente, pero nunca se me
había aparecido así, en toda su miseria. Lies, si vives hasta el final
de la guerra y vuelves a nosotros, espero poder reunirme contigo
y compensarte un poco por mi omisión.
Pero es ahora cuando ella necesita de mi socorro y no más
tarde. ¿Piensa todavía en mí? En caso afirmativo, ¿de qué manera?
¡Dios mío, protégela, para que al menos no esté sola! ¡Oh!, si
Tú pudieras decirle que la compadezco y la quiero, tal vez
encontraría la fuerza para soportar sus males.
Que así sea. Porque no veo solución. Sus grandes ojos me
persiguen aún, no me abandonan. ¿Habrá encontrado Lies la fe
en sí misma, o le habrán enseñado a creer en Dios?
Ni siquiera lo sé. Nunca me tomé el trabajo de preguntárselo.
Lies, Lies, si pudiera sacarte de allí, si al menos pudiese
compartir contigo todo lo que yo disfruto. Es demasiado tarde,
ya no puedo ayudarla, reparar mis errores. Pero nunca más la
olvidaré, y rezaré siempre por su suerte,
Tuya,
ANA
Lunes 6 de diciembre de 1943
© Pehuén Editores, 2001.
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