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E L D IARIO DE A NA F RANK La señora hubiera querido guardarse para ella ese dinero, con el fin de poder comprar ropa nueva después de la guerra. Le costó mucho trabajo a su marido hacerle comprender que de esa suma había necesidad urgente para el hogar. No puedes imaginar qué alaridos, qué gritos, qué injurias y qué accesos de cólera. Fue horrible. Nosotros nos situamos al pie de la escalera, conteniendo la respiración y preparados para subir a separar a las furias. Todo eso repercute en el sistema nervioso y causa tal tensión, que por la noche, cuando me acuesto, lloro y agradezco al cielo que puedo contar con una media hora para mí sola. El señor Koophuis está nuevamente ausente, su estómago no le da tregua. Ni siquiera sabe si la hemorragia ha sido bien contenida. Por primera vez le hemos visto deprimido cuando nos anunció que se iba a su casa porque no se sentía bien. En cuanto a mí, la única novedad es que no tenga nada de apetito. Constantemente oigo decir: «¡Qué mala cara tiene!». Te confieso que hacen lo indecible para que mi salud no flaquee; me dan glucosa, aceite de hígado de bacalao y tabletas de levadura y calcio. Mis nervios me juegan malas pasadas: estoy de un humor espantoso. La atmósfera de la casa es deprimente, soñolienta, aplastante, sobre todo el domingo. Afuera, ningún canto de pájaro; adentro, un silencio mortal y sofocante planea sobre personas y cosas, y pesa sobre mí como si quisiera arrastrar me a profundidades insondables. En momentos así, me olvido de papá, de mamá y de Margot. Indiferente, voy de una habitación a otra, subiendo y bajando las escaleras, y me veo como el pájaro cantor cuyas alas han sido cortadas y que, en la oscuridad total, se hiere al golpearse contra los barrotes de su estrecha jaula. Una voz interior me grita: «Sal a la calle, ríe, respira el aire puro». Ni siquiera contesto ya: me tiendo en un diván y me duermo para acortar el tiempo, el silencio y la espantosa angustia, porque no hay forma de matarlos. Tuya, ANA Miércoles 3 de noviembre de 1943 Querida Kitty: Papá ha hecho traer un programa del Instituto de Enseñanza de Leyde, con el fin de que nos distraigamos con una actividad educativa. Margot ha recorrido por lo menos tres veces el voluminoso tomo, sin hallar en él un curso que le pareciera verdaderamente interesante. La decisión de papá fue rápida: ha elegido un curso de «latín elemental» por correspondencia, que no ha tardado en llegar, y Margot se ha dedicado a él con entusiasmo. Es demasiado difícil para mí, aunque me habría gustado mucho aprender latín. Como yo necesitaba también algo nuevo, papá ha pedido a Koophuis que le obtenga una Biblia para niños, con el fin de ponerme al corriente del Nuevo Testamento. -¿Es que quieres regalarle a Ana una Biblia para la fiesta de la Januka? -preguntó Margot, bastante consternada. -Si... pero pienso que la fiesta de San Nicolás será mejor ocasión -respondió papá-. No veo muy bien a Jesús en la Januka. Tuya, ANA Lunes a la noche, 8 de noviembre de 1943 © Pehuén Editores, 2001. )69(