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E L D IARIO DE A NA F RANK
lamentablemente, y no logro superar mi condición.
Por eso el diario. Con el fin de exacerbar aún más en mi la
idea de la amiga ausente, no anotaré sólo hechos en mi diario,
como suele hacer el grueso de la gente, sino que este diario mismo
será mi amiga y esa amiga habrá de llamarse ¡KITTY!
*
Nadie sería capaz de comprender mis conversaciones con
Kitty si no cuento antes algo de mí. Muy a mi pesar narraré
brevemente lo que ha sido mi vida hasta ahora.
Cuando se casaron mis padres, papá tenía 36 años y mamá
25. Mi hermana Margot nació en Frankfurt del Meno en 1926.
Yo nací el 12 de junio de 1929. Por ser judíos debimos emigrar a
Holanda en 1933, país en que mi padre asumió el cargo de director
de Travis, S.A. Esta colabora estrechamente con la firma Kolen
& Co., cuyas oficinas están en el mismo edificio.
Nuestra vida transcurrió llena de sobresaltos, pues nuestros
parientes que no salieron de Alemania cayeron bajo el peso de la
persecución desencadenada por las leyes de Hitler. Tras el progrom
de 1938, los dos hermanos de mamá huyeron a América. Nuestra
abuela se refugió con nosotros. Entonces tenía 73 años. Después
de 1940 terminaron los buenos tiempos. Primero vino la guerra,
luego la rendición, enseguida la entrada de los alemanes a Holanda.
Y así comenzó la miseria. Un decreto dictatorial siguió a otro y
los judíos se vieron especialmente afectados. Tuvieron que llevar
una estrella amarilla en su vestimenta, entregar sus bicicletas y ya
no podían viajar en tranvía, para no hablar de automóviles. Los
judíos sólo podían hacer compras entre 3 y 5 de la tarde, y sólo
en tiendas judías. No podían salir a la calle después de las ocho de
la tarde y tampoco salir a sus balcones o jardines después de esa
hora. Los judíos tenían vedados los teatros y los cines, así como
cualquier otro lugar de entretenimiento público. No podían ya
nadar en las albercas públicas o practicar el tenis o el hockey. Se
les prohibieron todos los deportes. Los judíos tenían prohibido
visitar a sus amigos cristianos. Los niños judíos deben acudir
exclusivamente a escuelas judías. Así se amontonan las
prohibiciones arbitrarias. Toda nuestra vida estaba sometida a este
tipo de presiones. Jopie suele decirme: «Ya no me atrevo a hacer
casi nada, pues siempre pienso que puede estar prohibido».
Abuela murió en enero de este año. Nadie sabe cuánto la
quería y cuánto la echo de menos. En 1934 ingresé al jardín infantil
del Colegio Montessori y después seguí allí. El año pasado tuve a
la directora, la Sra. K, como jefa de mi clase. Al concluir el año
nos despedimos emocionadas y lloramos largo rato abrazadas.
Margot y yo debimos proseguir nuestros estudios en el Liceo
Judío a partir de 1941.
Nosotros cuatro estamos bien ahora, y así llegó el momento
actual y prosigo mi diario.
Sábado 20 de junio de 1942
Querida Kitty:
Comienzo de inmediato. Hay tanta paz ahora. Papá y mamá
han salido y Margot está donde una amiga jugando al pin-pón.
Últimamente también yo me he aficionado bastante a ese juego.
Dado que nosotros, los jugadores de pin-pón, somos
tremendamente dados a tomar helados, nuestras partidas suelen
terminar con una excursión a las heladerías todavía permitidas
para los judíos: la «Delfi» y el «Oasis». Nunca nos preocupamos
demasiado por si llevamos suficiente dinero en el monedero,
puesto que entre los clientes de las heladerías suelen haber amables
caballeros de nuestro círculo de conocidos o algún admirador
perdido, los que siempre nos ofrecen más helado del que realmente
podemos tomar.
Supongo que debe sorprenderte oírme hablar, a mi edad, de
© Pehuén Editores, 2001.
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