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E L D IARIO DE A NA F RANK
Querida Kitty:
Turquía va a entrar en la guerra. Gran emoción.
Aguardamos las transmisiones conteniendo el aliento.
Tuya,
ANA
-Ambos pies helados y fractura del brazo izquierdo,
Así transcurría esta tremebunda función de títeres. Los
heridos parecían estar muy orgullosos de sus heridas, cuantas más,
mejor. Uno de ellos parecía muy turbado, apenas podía hablar,
por la simple razón de que le era permitido tender al Führer la
mano (si es que le queda alguna).
Tuya,
ANA
Viernes 19 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Apenas una hora después, la alegría fue seguida de una
decepción. Turquía aún no está en guerra; el discurso del ministro
del exterior no era más que un llamamiento a suspender la
neutralidad. Un vendedor del centro de la ciudad había gritado:
«¡Turquía al lado de los ingleses!». Sus diarios llegaron hasta
nosotros con sus falsas noticias y desengaño.
Los billetes de 500 y de 1000 florines van a ser declarados
caducos. Quienes se ocupan del mercado negro, etc., van a verse
en apuros, pero es mucho más serio para los propietarios que
ocultan su dinero y para quienes están escondidos por la fuerza
de las circunstancias. Cuando se quiere cambiar un billete de 1000,
se está obligado a declarar y probar su proveniencia. Podrán
utilizarse para pagar los impuestos, hasta la semana próxima.
Dussel ha conseguido un antiguo torno operado a pedal. Bien
pronto voy a ser sometida a un examen minucioso.
El «Führer de los germanos» ha hablado a sus soldados
heridos. ¡Triste audición! Preguntas y respuestas poco más o menos
de esta clase:
-Mi nombre es Heinrich Scheppel.
-¿Dónde fue usted herido?
-En el frente de Stalingrado.
-¿Qué heridas tiene?
Jueves 25 de marzo de 1943
Querida Kitty:
Ayer, cuando estábamos agradablemente reunidos papá,
mamá, Margot y yo, Peter entró de pronto y murmuró algo al
oído de papá. Yo pude vagamente oír: «Un tonel derribado en el
almacén», y «alguien que está llamando a la puerta», tras lo cual
salieron enseguida. Margot había comprendido lo mismo, pero
trataba de calmarme, porque, naturalmente, yo me había puesto
pálida.
Ya solas las tres, no había más que aguardar. Apenas dos
minutos más tarde subió la señora Van Daan; había estado
escuchando la radio en la oficina privada, Pim le había dicho que
desconectara el aparato y subiera silenciosamente, pero cuando
menos ruido quiere una hacer, más crujen los peldaños. Después
de otros cinco minutos, Peter y Pim reaparecieron, muy pálidos,
y nos contaron sus desventuras. Se habían puesto a escuchar al
pie de la escalera, al principio sin resultado. De pronto -nada de
ilusión- oyeron dos golpes violentos, como si golpeasen dos
puertas. De un salto, Pim subió hasta nuestra casa; al pasar, Peter
avisó a Dussel, que, como siempre, fue el último en unirse a
nosotros. Todos nos pusimos en marcha para subir a casa de los
Van Daan, no sin antes quitarnos los zapatos. El señor Van Daan
estaba en cama con resfrío; nos agrupamos alrededor de su
© Pehuén Editores, 2001.
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