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lo posible el buen humor. Cuando a Miep se le escapaba una
mala noticia referente a alguno de nuestros amigos, mamá y la
señora Van Daan se echaban a llorar, de manera que Miep prefirió
no contar nada más. Pero Dussel, acribillado a preguntas, nos ha
narrado tantos horrores espantosos y bárbaros, que no nos es
posible olvidarlos tan pronto. Sin embargo, esto terminará por
pasar también, y necesariamente volveremos a los chistes y las
bromas. De nada sirve quedarse mustios como estamos ahora:
no será beneficioso ni para nosotros ni para los que están en
peligro. Convertir al anexo en un velorio no tiene ningún sentido.
A todo esto se añade otra miseria, pero que es de naturaleza
completamente personal, y de la que no debería ocuparme al
lado de las que acabo de contar. Sin embargo, no puedo dejar de
decirte que cada vez me siento más abandonada, que noto que el
vacío crece a mí alrededor. Antes, las diversiones y los amigos no
me dejaban tiempo para reflexionar a fondo. En la actualidad,
tengo la cabeza llena de cosas tristes, tanto a propósito de los
aconteci- mientos como por mí misma. Cuanto más ahondo, más
me percato de que, por querido que me sea, papá nunca podrá
reemplazar a mis amigos de antaño: todo mi pequeño dominio.
Pero, ¿por qué importunarte con cosas tan inconsistentes? Soy
terriblemente ingrata, Kitty, lo sé, pero como me regañan sin
cesar, paso verdaderos malos ratos, y, además, por añadidura, ¡me
aflige tanto esa otra miseria!
Tuya,
ANA
Sábado 28 de noviembre de 1942
Querida Kitty:
Hemos gastado demasiada electricidad, excediendo nuestra
cuota. Resultado: la más grande economía y la perspectiva de que
nos corten la corriente durante quince días. Se pone bastante
oscuro a partir de las cuatro o de las cuatro y media y ya no
podemos leer. Matamos el tiempo con toda clase de tonterías,
tales como adivinanzas, cultura física, hablar inglés o francés,
criticar libros... y a la larga nos cansamos. Desde anoche, tengo
algo nuevo: tomo los gemelos y miro hacia las habitaciones
iluminadas de nuestros vecinos. Durante el día, no nos está
permitido correr las cortinas ni un centímetro, pero por la noche
no veo ningún mal en ello.
No sabía que los vecinos fueran gente, tan interesante... al
menos los nuestros. He sorprendido a una pareja en el momento
de sentarse a comer, más allá, toda una familia asistía a la
proyección de una nueva película, y al dentista de enfrente que
atendía a una anciana terriblemente asustada.
A propósito de dentistas, el señor Dussel, que tenía reputación
de querer a los niños y entenderse maravillosamente con ellos, se
revela un educador del más viejo estilo, y predica largamente sobre
urbanidad.
Como yo tengo la rara suerte de compartir mi alcoba,
demasiado estrecha, con el honorable pedagogo, y como se me
considera la más mal educada de los tres jóvenes, no sé como
esquivar sus reprimendas y sus sermones, y termino por fingirme
dura de oído.
Si la cosa quedara ahí, sería soportable. Pero el señor se
muestra un espía de primer orden, y hace de mamá otra espía,
¿comprendes? Primero me dejo atrapar por él, y enseguida viene
el remate de mamá. Si el día es especialmente fatídico, la señora
Van Daan me llama cinco minutos después para hacerme
responder de tal o cual cosa. A diestra y siniestra, por sobre mi
cabeza, por todas partes estalla la tormenta.
© Pehuén Editores, 2001.
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