EL DIARIO DE ANA FRANK el-diario-de-Ana-Frank | Page 33

E L D IARIO DE A NA F RANK lo posible el buen humor. Cuando a Miep se le escapaba una mala noticia referente a alguno de nuestros amigos, mamá y la señora Van Daan se echaban a llorar, de manera que Miep prefirió no contar nada más. Pero Dussel, acribillado a preguntas, nos ha narrado tantos horrores espantosos y bárbaros, que no nos es posible olvidarlos tan pronto. Sin embargo, esto terminará por pasar también, y necesariamente volveremos a los chistes y las bromas. De nada sirve quedarse mustios como estamos ahora: no será beneficioso ni para nosotros ni para los que están en peligro. Convertir al anexo en un velorio no tiene ningún sentido. A todo esto se añade otra miseria, pero que es de naturaleza completamente personal, y de la que no debería ocuparme al lado de las que acabo de contar. Sin embargo, no puedo dejar de decirte que cada vez me siento más abandonada, que noto que el vacío crece a mí alrededor. Antes, las diversiones y los amigos no me dejaban tiempo para reflexionar a fondo. En la actualidad, tengo la cabeza llena de cosas tristes, tanto a propósito de los aconteci- mientos como por mí misma. Cuanto más ahondo, más me percato de que, por querido que me sea, papá nunca podrá reemplazar a mis amigos de antaño: todo mi pequeño dominio. Pero, ¿por qué importunarte con cosas tan inconsistentes? Soy terriblemente ingrata, Kitty, lo sé, pero como me regañan sin cesar, paso verdaderos malos ratos, y, además, por añadidura, ¡me aflige tanto esa otra miseria! Tuya, ANA Sábado 28 de noviembre de 1942 Querida Kitty: Hemos gastado demasiada electricidad, excediendo nuestra cuota. Resultado: la más grande economía y la perspectiva de que nos corten la corriente durante quince días. Se pone bastante oscuro a partir de las cuatro o de las cuatro y media y ya no podemos leer. Matamos el tiempo con toda clase de tonterías, tales como adivinanzas, cultura física, hablar inglés o francés, criticar libros... y a la larga nos cansamos. Desde anoche, tengo algo nuevo: tomo los gemelos y miro hacia las habitaciones iluminadas de nuestros vecinos. Durante el día, no nos está permitido correr las cortinas ni un centímetro, pero por la noche no veo ningún mal en ello. No sabía que los vecinos fueran gente, tan interesante... al menos los nuestros. He sorprendido a una pareja en el momento de sentarse a comer, más allá, toda una familia asistía a la proyección de una nueva película, y al dentista de enfrente que atendía a una anciana terriblemente asustada. A propósito de dentistas, el señor Dussel, que tenía reputación de querer a los niños y entenderse maravillosamente con ellos, se revela un educador del más viejo estilo, y predica largamente sobre urbanidad. Como yo tengo la rara suerte de compartir mi alcoba, demasiado estrecha, con el honorable pedagogo, y como se me considera la más mal educada de los tres jóvenes, no sé como esquivar sus reprimendas y sus sermones, y termino por fingirme dura de oído. Si la cosa quedara ahí, sería soportable. Pero el señor se muestra un espía de primer orden, y hace de mamá otra espía, ¿comprendes? Primero me dejo atrapar por él, y enseguida viene el remate de mamá. Si el día es especialmente fatídico, la señora Van Daan me llama cinco minutos después para hacerme responder de tal o cual cosa. A diestra y siniestra, por sobre mi cabeza, por todas partes estalla la tormenta. © Pehuén Editores, 2001. )33(