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E L D IARIO DE A NA F RANK Nos pusimos entonces a deliberar; pasamos revista a nuestro circulo de amigos. Buscábamos a alguien que estuviera solo y se adaptara bien a nuestra vida. No fue difícil descubrir uno. En el transcurso de un consejo de guerra, durante el cual papá rechazó ciertas proposiciones de los Van Daan en favor de miembros de su familia, se pusieron de acuerdo sobre el elegido: un dentista, llamado Albert Dussel, cuya esposa estaba a resguardo en el extranjero. Nosotros no habíamos tenido con él más que un trato superficial, pero sabíamos que era un hombre tranquilo y capaz de congeniar con nosotros. Como Miep lo conoce, le encargamos comunicar a Albert Dussel que tiene un escondite para él y organizar lo demás. En el caso de que acepte, Margot dormirá en el catre de campaña con mis padres... y él compartirá el dormitorio conmigo. Tuya, ANA Jueves 12 de noviembre de 1942 Querida Kitty: Sabemos por Miep que Dussel ha aceptado gozoso. Ella insistió en que se preparara lo más rápidamente posible, con preferencia para el sábado. Pero él se negó, tenía que poner sus fichas en orden y arreglar sus cuentas; y aún debía atender a dos clientes. Miep ha venido esta mañana para ponernos al corriente de este retraso eventual. No nos agrada prolongar el plazo; todos esos preparativos exigen de parte de Dussel explicaciones a personas que nosotros preferimos dejar en la ignorancia, Miep va a insistir en que venga el sábado. ¡Pero no! Dussel se ha negado diciendo que vendrá el lunes. Me parece una locura que no haya acudido inmediatamente al hacérsele la proposición. Si lo atraparan en la calle, no podría poner sus fichas en orden ni su caja al día, ni cuidar a sus pacientes. ¿Para qué postergar? En mi opinión, papá ha cometido una tontería al ceder. Ninguna otra novedad. Tuya, ANA Martes 17 de noviembre de 1942 Querida Kitty: Dussel ha llegado. Todo transcurrió sin tropiezos. Miep le había dicho que tenía que encontrarse a las once de la mañana frente a la oficina de correos, donde, en un lugar convenido, un señor lo esperaría para acompañarlo. Fue puntual a la cita. Dussel vio que se le acercaba el señor Koophuis, a quien también conocía, el cual le rogó que pasara por la oficina a ver a Miep, pues la persona que debía conducirlo había tenido un impedimento. Koophuis tomó el tranvía para volver a la oficina, en tanto que Dussel seguía el mismo camino, a pie, para llegar allí a las once y veinte. Llamó a la puerta, Miep le ayudó a quitarse el sobretodo, de manera de ocultar la estrella, y lo introdujo en la oficina privada, donde Koophuis lo retuvo hasta que se fue la mujer encargada de la limpieza. Con el pretexto de que se necesitaba la oficina privada, Miep hizo subir a Dussel, abrió el armario giratorio y franqueó el alto umbral del anexo ante el desconcierto de nuestro amigo. Nosotros, sentados con los Van Daan alrededor de la mesa, aguardábamos a nuestro invitado con café y coñac. Miep lo hizo entrar primero en la sala; él reconoció enseguida nuestros muebles, pero de ahí a pensar que no estábamos separados más que por un techo... Cuando Miep se lo dijo, estuvo a punto de desmayarse, © Pehuén Editores, 2001. )30(