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su botín. Todo anduvo bien durante varios días. La señora Van
Daan había observado los manejos de su hijo, pero no se lo dijo
a su marido; hasta que éste lo olfateó por si solo. ¡Cómo se
encolerizó! Al recuperar el libro, creyó la cuestión terminada. Mas
no contaba con la curiosidad de Peter que no se dejó intimidar en
absoluto por la firmeza del padre.
Peter trató por todos los medios de leer hasta el fin aquel
volumen. Entretanto, la señora Van Daan había venido a pedirle
su opinión a mamá. Mamá juzgaba que, en efecto, aquel libro no
era adecuado para Margot, aun cuando aprobaba que leyera la
mayoría de los otros.
-Hay una gran diferencia, señora Van Daan -dijo mamá-, entre
Margot y Peter. Ante todo, Margot es una muchacha, y las
muchachas están siempre más adelantadas que los muchachos.
Además, Margot ya ha leído muchos libros serios y no abusa de
lecturas prohibidas, y, por último, Margot es más madura e
inteligente, lo que se demuestra por el hecho de que ya casi termina
la escuela.
La señora Van Daan se mostró de acuerdo con mamá aunque
seguía considerando erróneo permitir a los jóvenes leer libros
escritos para adultos.
Lo cierto es que Peter seguía buscando un momento propicio
para apoderarse del libraco, cuando nadie lo observaba. La otra
tarde, a las siete y media, cuando todo el mundo escuchaba la
radio en la oficina privada, él se llevó su tesoro al desván. Debió
bajar de allí a las ocho y media, pero el libro era tan palpitante que
no prestó atención a la hora, y apareció en el momento en que su
padre regresaba a su habitación. ¿Adivinas la segunda parte? Una
bofetadas, un golpe, y el libro cayó sobre la mesa, y Peter al suelo.
Esas eran las circunstancias en el momento de cenar. Peter se
quedaba donde estaba, nadie se preocupaba de él, había sido
castigado. La comida prosiguió, todo el mundo estaba de buen
humor, se charlaba, se reía. De pronto un silbido agudo nos hizo
palidecer. Todos dejaron cuchillos y tenedores y se miraron con
espanto. Y, enseguida, se oyó la voz de Peter gritando por el caño
de la estufa:
-Si ustedes creen que voy a bajar, se equivocan.
El señor Van Daan tuvo un sobresalto, tiró su servilleta y,
con el rostro ardiendo, rugió:
- ¡Basta! ¿Me oyes?
Temiendo lo peor, papá lo tomó del brazo y lo siguió al
desván. Nuevos golpes, una disputa, Peter volvió a su cuarto,
hubo un portazo, y los hombres regresaron a la mesa. La señora
Van Daan hubiera querido guardar un pan con mantequilla para
su querido vástago, pero su marido se mostró inflexible.
-Si no se disculpa inmediatamente, pasará la noche en el
desván.
Hubo protestas de parte de todo el resto, pues
considerábamos que privarle de cenar era ya suficiente castigo. Y
si Peter se resfriaba, ¿adónde irían a buscar un médico?
Peter no se disculpó y volvió al desván. El señor Van Daan
resolvió no ocuparse más del asunto; sin embargo, a la mañana
siguiente pude comprobar que Peter había dormido en su cama.
Lo que no impidió que, a las siete, volviera a subir al desván.
Fueron menester las persuasiones amistosas de papá para hacerlo
bajar. Durante tres días, miradas de enojo, silencio obstinado;
luego todo volvió a la normalidad.
Tuya,
ANA
Lunes 21 de septiembre de 1942
Querida Kitty:
Hoy me limito a noticias de la vida cotidiana. La señora Van
Daan es insoportable: conmigo estalla a menudo, a causa de mi
© Pehuén Editores, 2001.
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