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E L D IARIO DE A NA F RANK mordía los labios. ¡Oh, qué tontos son los adultos! Antes de hacer- observaciones a sus hijos, sería mejor que comenzasen por aprender algo. Tuya, ANA Viernes 19 de mayo de 1944 Querida Kitty: Desde ayer, no me siento bien, y he vomitado. He tenido dolor de vientre y todas las calamidades imaginables. Hoy estoy un poco mejor, tengo mucha hambre, pero prefiero abstenerme de porotos esta noche. Todo sigue bien entre Peter y yo. El pobre muchacho necesita, mucho más que yo, un poco de ternura. Se ruboriza aún cada vez que nos besamos al despedirnos por la noche, y nunca deja de mendigar otro beso. ¿Seré yo lo bastante buena para consolarlo de la pérdida de Muffi? Eso no importa, porque él es muy dichoso desde que sabe que alguien lo quiere. Después de mi difícil conquista, domino un poco la situación. Pero no hay que pensar que mi amor haya disminuido. Peter es un encanto, pero en lo que se refiere a mis sentimientos más profundos, me he cerrado nuevamente, enseguida. Si él quiere romper la armadura una vez más, necesitará una lanza mucho más firme. Tuya, ANA Sábado 20 de mayo de 1944 Querida Kitty: Anoche, al volver del cuarto de Peter y entrar en casa, vi el florero de los claveles por el suelo, a mamá de rodillas con un trapo y a Margot tratando de pescar mis papeles. -¿Qué sucede? pregunté, con aprensión, y sin esperar respuesta comencé a apreciar el daño. Mi carpeta de árboles genealógicos, mis cuadernos, mis libros ¡todo flotaba! Estuve a punto de llorar, y tan conmovida que hablé a tontas y a locas; no recuerdo qué dije, pero Margot me ha repetido exageraciones, tales como «irrevocablemente perdido, espantoso, horrible, irreparable», y Dios sabe cuántas cosas más. Papá se echó a reír, así como Margot y mamá; pero yo tenía lágrimas en los ojos viendo perdido todo mi trabajo y mis minuciosas notas. El «daño irreparable», visto de cerca, no era tan grave. En el desván, despegué cuidadosamente todos los papeles, y los colgué a secar. Viéndolos, yo también solté la risa: María de Médicis pendía al lado de Carlos V, y Guillermo de Orange al lado de María Antonieta, lo que hizo decir a Van Daan: Rassenchande* espetó. Confié a Peter el cuidado de mis papelotes, y volví a bajar las escaleras. -¿Cuáles son los libros estropeados? pregunté a Margot, que los estaba examinando. El de álgebra -respondió ella. Acudí enseguida para ver, pero lamento decir que ni mi libro de álgebra estaba en mal estado; nunca he detestado tanto un libro como ese mamotreto. En la primera hoja figuran los nombres de por lo menos veinte propietarios precedentes, está viejo, amarillento, cubierto de garabatos y de correcciones. ¡Un día, cuando esté de muy mal humor, haré trizas ese detestable volumen! Tuya, ANA © Pehuén Editores, 2001. )131(