EL DIARIO DE ANA FRANK el-diario-de-Ana-Frank | Page 11
E L D IARIO DE A NA F RANK
Miércoles 8 de julio de 1942
Querida Kitty:
Parece que hubieran pasado años entre el domingo a la
mañana y hoy. ¡Cuántos acontecimientos! Como si el mundo
entero se hubiera trastornado de repente. Sin embargo, ya vez,
Kitty, todavía vivo, y, como dice papá, es lo principal.
Sí, en efecto, vivo todavía, pero no me preguntes dónde ni
cómo. Tú no comprendes nada de nada hoy ¿verdad? Por eso me
es necesario, primero, contarte lo sucedido a partir del domingo
a la tarde.
A las tres (Harry acababa de irse para volver más tarde)
llamaron a nuestra puerta. Yo no lo oí, porque estaba leyendo en
la terraza, perezosamente reclinada al sol en una silla de lona. De
pronto, Margot apareció por la puerta de la cocina, visiblemente
turbada.
-Papá ha recibido una citación de la SS -cuchicheó-. Mamá
acaba de salir para ir a buscar al señor Van Daan.
(Van Daan es un colega de papá y amigo nuestro).
Yo estaba aterrada: todo el mundo sabe qué significa una
citación; imaginó inmediatamente los campos de concentración,
las celdas solitarias. ¿Íbamos a dejar que llevaran allí a papá?
-Naturalmente, no se presentará -dijo Margot, mientras que
ambas esperábamos en el salón el regreso de mamá.
-Mamá ha ido a casa de los Van Daan para saber si podemos
habitar, desde mañana, nuestro escondite. Los Van Daan se
ocultarán allí con nosotros. Seremos siete.
Cayó el silencio. Ya no podíamos pronunciar una palabra
más, pensando en papá, que no sospechaba nada. Había ido a
visitar a unos ancianos al hospicio judío. La espera, la tensión, el
calor, todo eso nos hizo callar.
De repente, llamaron.
-Es Harry -dije yo.
-No abras -dijo Margot, reteniéndome.
Pero no era necesario. Oímos a mamá y al señor Van Daan
que hablaban con Harry antes de entrar y que luego cerraban la
puerta detrás de ellos. Cada vez que sonaba el timbre, Margot o
yo bajábamos muy sigilosamente, para ver si era papá. Nadie más
debía ser recibido.
Van Daan quería hablar a solas con mamá, de modo que
Margot y yo dejamos la habitación. En nuestro dormitorio, Margot
me confesó que la citación no era para papá, sino para ella misma.
Asustada de nuevo, empecé a llorar. Margot tiene dieciséis años.
¡Quieren, pues, separar de sus familias y llevarse a muchachas de
su edad! Afortunadamente, como mamá ha dicho, no irá. Papá, al
hablarme de la clandestinidad, sin duda hacía alusión a esta
eventualidad.
Ocultarse... ¿Adónde iríamos a ocultarnos? ¿En la ciudad, en
el campo, en una casa, en una choza, cuándo, cómo, dónde?... Yo
no podía formular estas preguntas que se me iban acudiendo una
tras otra. Margot y yo nos pusimos a guardar lo estrictamente
necesario en los bolsones del colegio. Empecé por meter este
cuaderno, enseguida mis rizadores, mis pañuelos, mis libros de
clase, mis peines, viejas cartas. Estaba obsesionada por la idea de
nuestro escondite, y puse las cosas más inconcebibles. No lo
lamento, porque me interesan más los recuerdos que los vestidos.
Por fin, a las cinco, papá regresó. Telefoneamos al señor
Koophuis para preguntarle si podía venir a casa esa misma noche.
Van Daan partió en busca de Miep. (Miep está empleada en las
oficinas de papá desde 1933, y es nuestra gran amiga, lo mismo
que Henk, su flamante esposo). Miep vino para llevarse su cartera
llena de zapatos, de vestidos, de abrigos, de medias, de ropa
interior, prometiendo volver a la noche. Luego se hizo la calma
en nuestra vivienda. Ninguno de los cuatro tenía ganas de comer,
hacía calor y todo parecía extraño. Nuestra gran sala del primer
piso había sido subalquilada a un tal señor Goudsmit, hombre
divorciado, que pasaba de los treinta, y que al parecer no tenía
nada que hacer esa noche, porque no logramos librarnos de él
© Pehuén Editores, 2001.
)11(