El Decano. Número 43. Diciembre de 2018 El Decano. Número 43 | Page 77

Premio Hemingway uno, pues la había repetido en video tantas veces hasta perder la cuenta. Ahora vendrían dos tandas de cinco muletazos en redondo con la mano derecha, despacito, recreándose, abrochados con un interminable pase de pecho... ¡Ahí estaban! Después, las series de sublimes naturales. Y el bellísimo cambio de manos con la rodilla flexionada. Luego, los dos eternos trincherazos… ¡Curro y Gladiador, piel blanca sobre negra, luz y sombra como luna de albero sobre oscuro cielo, estaban repitiendo la misma faena del indulto! ¡Y los dos parecían estar disfrutando como niños que ríen felices chapoteando en un charco! Al concluir el último pase sólo se escuchaban sus respiraciones jadeantes. Curro cuadró al toro y, simulando la estocada con la mano desnuda, lo citó en la suerte de recibir. Luego permanecieron mirándose fijamente hasta que el semental se retiró y se adentró en el río para beber. El animal se notaba fatigado, pero aún más lo estaba el torero. Extendió la muleta sobre un ribazo de la orilla y se sentó junto al toro, que ya no hacía ademán de embestir. El hombre tampoco parecía tener miedo. Manuel dudaba si intervenir, pero decidió descabalgar y acercarse en silencio. Para su sorpresa, descubrió entonces que un becerro había acompañado al semental en su escapada y que no perdía detalle desde detrás de un matorral. ¡Era el mismo que se le arrancaba insolente en el cercado! -Gladiador, viejo amigo, gracias por venir una vez más. Y recuerda nuestra cita para la próxima luna. Yo también intentaré escaparme de nuevo. No, no me debes nada. Fuiste tú quien se ganó en la plaza el derecho a vivir. Yo no fui más que un instrumento para ti, pero el mérito en verdad fue tuyo. Ya sé que tú también te sentiste orgulloso de tu bravura, pero en todo caso soy yo el que está en deuda contigo porque aquel día cambiaste mi vida. Gracias por seguir haciéndome sentir torero. Era lo que siempre deseé desde niño y cada noche desde entonces sueño con esta faena. Es lo único que ya da sentido a mi vida. ¡Qué gran obra hicimos juntos y veo que tú también recuerdas cada muletazo! Gracias a ti soy feliz, aunque todos digan que estoy loco, que sólo hablo con los animales, que vivo distante en otro mundo… Quizás me querrán convencer también de que esto nunca ha ocurrido, de que sólo ha sido un sueño, una falsa ilusión… Tan sólo engañosas sombras de luna… ¡Pero tú estabas presente! ¡Tú lo viste todo! ¿Verdad, Manuel? ¿Verdad…? José Luis Valdés Belmar 77