El Decano. Número 43. Diciembre de 2018 El Decano. Número 43 | Page 72
Premio Hemingway
cercado estaba rota otra vez. En el mismo
lugar. Tres metros de alambre de espino y
los postes que lo sujetaban yacían
derrotados en el suelo. Esto era algo
frecuente en los cercados de los
cuatreños, donde a menudo se desataban
violentas reyertas entre varios toros y el
perdedor arremetía en su huída contra el
vallado en un desesperado intento por
salvar la vida. Pero aquel recinto
precisamente era un lugar de paz donde
Gladiador, el viejo semental, disfrutaba de
su placentero retiro acompañado de unas
cuantas vacas y sus becerros. Allí no había
peleas ni motivo alguno para huir. Antes al
contrario, muchos toros le tendrían envidia
y estarían deseosos de luchar contra él
para arrebatarle su pequeño paraíso.
“Quizás haya sido eso –pensó-, es posible
que un toro haya entrado por la fuerza”.
Manuel detuvo su caballo y oteó
prudentemente alrededor. No se veía
ningún toro por allí. Entonces echó pie a
tierra y buscó huellas. Como se había
imaginado, en el suelo no había rastro de
ningún combate. Volvió a montar en
Jerezana y con paso lento entraron en el
cercado. Se acercaron a las vacas y las
contó. Estaban todas, no faltaba ninguna.
Y también estaban todos los becerros junto
a sus madres. Uno de ellos, negro y
descarado, hizo amago de embestirle un
par de veces mostrando precozmente su
bravura aunque aún no le habían nacido
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los cuernos. En el centro del harén,
Gladiador, majestuoso, rumiaba indolente
y relajado. Y no, no había ningún intruso.
“¡Qué extraño! –se dijo Manuel intrigado-
Todo está tranquilo, demasiado tranquilo.
Pero es la quinta vez que esto ocurre.
Como el mes pasado. Y como los
anteriores. Siempre de noche, siempre con
luna…”
Porque en los últimos cinco meses la
primera noche de luna llena alguien rompía
aquel vallado en el mismo lugar de manera
inexplicable y misteriosa. Manuel estaba
especialmente preocupado. Si todos los
sementales eran un valioso tesoro,
Gladiador era la joya más preciada de la
ganadería del marqués de Peñagrande.
Era el padre de la mayoría de los toros que
más éxito habían deparado al hierro en las
últimas temporadas. Desgraciadamente su
edad, catorce años, y sus achaques
hacían que ésa fuera su última temporada
padreando. Era un toro excepcional por su
preciosa estampa y por su nobleza y
bravura. Cuando diez años antes lo
embarcaron para la feria de Sevilla, el
mayoral tenía un inmejorable
presentimiento. ¡Si lo había criado desde
que nació! ¡Si conocía a su reata completa,
toda de excelente nota! Por eso se alegró
mucho cuando le tocó en suerte a su
amigo Curro Morente, “Palmeño”.