El Decano. Número 43. Diciembre de 2018 El Decano. Número 43 | Page 71

Premio Hemingway SOMBRAS DE LUNA Obra ganadora del Premio Hemingway 2018 Como los alegres clarines que anuncian la salida del toro a la arena, el canto estridente de los gallos le señalaba puntual el preludio de cada amanecer. Manuel, el mayoral, acostumbraba a levantarse muy temprano. Despejaba los últimos restos del sueño con un café bien cargado y una tostada de pan crujiente regado con el aceite de esos mismos olivos que salpicaban la finca. Después de su frugal desayuno y camino de la cuadra, le salía al encuentro Lara, una perrilla menuda y zalamera de raza indefinida que, alegre y vivaracha, le daba los buenos días y le seguía a todas partes enredándose entre sus piernas. Allí le esperaba Jerezana, su yegua favorita. Le gustaba hablarle en susurros mientras la ensillaba. Lara atendía sin perder detalle y de vez en cuando agitaba nerviosa la cola en señal de asentimiento. -¿Cómo has dormido, princesa? ¡Yegua bonita! Venga, que ya nos vamos… A esas horas la cuadra estaba tan silenciosa que podía escucharse el sonido de algunos caballos hocicando en los pesebres o triturando pausadamente el grano entre sus molares. Otros descansaban tranquilos en sus boxes. Los demás vaqueros aún dormían, aunque ya podía verse iluminada alguna ventana en el cortijo y empezaba a salir humo de un par de chimeneas. La noche lentamente se iba retirando y las casas, sin prisa, comenzaban a desperezarse recobrando poco a poco el ajetreo de la vida cotidiana. Manuel iniciaba así su ronda por los cercados. Aquella había sido otra cálida noche de verano. La luna llena parecía remolonear trasnochadora, como si no quisiera recoger sus sombras todavía, y su tenue luz, rezagada, se empezaba a confundir con los primeros claros de una aurora que ya se iba abriendo paso. Muy despacio el campo andaluz iba cambiando los trazos grises del alba por los vivos colores de otro soleado día. El mayoral era un hombre de rutinas que disfrutaba recorriendo a solas la ganadería antes de que el calor apretase y un sol implacable impusiera su ley sobre hombres y bestias. Luego, cuando los vaqueros regresaran de repartir el pienso, podría dictarles las oportunas instrucciones para resolver cualquier imprevisto surgido durante la noche, asignar las tareas de la jornada y dar novedades al ganadero, que solía llegar a mediodía desde la cercana Sevilla. Esa mañana sus sospechas se confirmaron de nuevo: la valla de aquel 71