El Corán y el Termotanque | Tercer número | Page 40
Novela por entregas
Capítulo ix
A
1959
na Rosa lo mira y le dice:
—Los ojos oscuros ven mejor.— Y le besa
la boca. Él le devuelve la mirada y sólo la ve
a ella, rango Dama en el gremio femenino de
la seducción. En los labios le asoma un aire
oscuro que, como un pequeño dios en llamas, le quema la boca
y le hace hablarle tan despacito al oído que casi no le dice nada.
El patio de tierra está barrido y el sol del verano lo ilumina. Los
árboles gigantes velan el ensueño. Adentro, el perfume de una
mujer rodeada de cajones llenos de lavanda seca, entre sabanas
nunca usadas, satura las paredes y el techo bajo. Hace calor.
Los amantes son.
Es el último día del año. Despiertan en la casa que la mañana
amarilla inunda. La obvian con desdén. Almuerzan carnes
frías de la noche anterior. Él sale toda la tarde mientras Ana
Rosa se tira en la cama a hacer nada. Piensa en su hermana y
en qué estará haciendo a esas horas, preparando comidas para
el festejo de la noche. Todo en la casa se vuelve un poco más
triste. El tiempo transcurre preciso, momento a momento.
Atardece y es como si siempre lo hiciese. No quiere cerrar los
ojos porque entonces empieza a oír el afuera y todo es más
grande y está más lejos, y ella cada vez más en el centro y cada
vez más sola. En esos días sin luna se siente débil y su tristeza
encuentra lugar para crecer en el cielo solo.
Él regresa ya de noche con bolsas cargadas. En una mano
oscila una damajuana de vino. Sonríe y Ana Rosa sonríe
detrás. Cenan en el patio los dos solos. El fuego del asado
todavía vive vistiéndose de humo. En las casas vecinas las risas
lejanas configuran el ambiente festivo. La noche es enorme y
una lágrima rueda la cara de Ana Rosa. El vino en los vasos y
las bocas endulza los dientes. Él sabe que no debe decir nada.
Más tarde ella lo abrazará, lo sentará en la cama y se subirá
sobre él. Lo abrazará de nuevo y será como si no quisiese soltarlo jamás, presa de un miedo oscuro y sin nombre. En un
momento impreciso de la madrugada lo despertará un dedo
que parecerá querer metérsele en la carne, dentro, donde vive
el dolor. La mujer a su lado será un calor fuerte y húmedo, y
con una mueca de terror y desesperación le pedirá, como todas
las noches sin luna, con compasión desbordada:
—Mátame, Negro. Yo te quiero, mátame por favor.— Él
tendrá miedo sin saber si es por ella o por sí mismo. Ya no
dormirán y será blanco o azul el día que les hiera los párpados.
El verano moja las paredes en las casas apagadas. Se sienta en la
vereda de un club para cenar un churrasco con pan y vino frío.
El verde de los árboles es casi obsceno. Siluetas ágiles caminan
a su sombra. Regresa a su cuarto y en su sueño las mujeres son
al mismo tiempo colores.
Despierta y piensa que no siempre el mañana es mejor. Se
viste con precisión y se coloca la sobaquera sin ceremonia. El
revólver está cargado desde el día en que llegó. En la comisaría
le indican cómo llegar y se va sin saludar cuando le preguntan
más. Toma un café, parado en la barra del mismo club. Afuera
los viejos detienen el tiempo mirando todo.
Ahora avanza con velocidad por un camino de tierra. El
espejo retrovisor le muestra una nube de polvo y sonríe sin
saber por qué. HH^